Mostrando entradas con la etiqueta Graham Hancock. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Graham Hancock. Mostrar todas las entradas

miércoles, 20 de julio de 2016

LECTURAS IMPRESCINDIBLES (II): PARA ENTENDER A LOS EXTRATERRESTRES , de Wiktor Stoczkowski

por Marcus Polvoranca

Un verdadero fan del misterio tiene, casi por obligación, que ser escéptico. No un escéptico, de los pertenecientes a esa extraña corriente de renegados que gritan, se desesperan y pierden más tiempo en combatir a los que ellos consideran «embaucadores» que a cultivar esa ciencia a la que tanto dicen venerar, sino escéptico, es decir, alguien que simplemente exigen un mínimo de pruebas para aceptar una afirmación como válida o inasumible.



Es algo inevitable, como forma de no convertirse uno en un simple creyente, capaz de tragarse cualquiera de las cosas ‒en ocasiones aberrantes, o directamente risibles‒ que aparecen a diario por Internet, y sí, en cambio, disfrutar (que para eso, y no para otra cosa, estamos aquí) de la inigualable delicia que supone el rastrear, explorar o investigar en el terreno fértil y verdaderamente enriquecedor de lo insólito, mucho mayor de lo que a muchos ‒esos «escépticos», precisamente‒ les gustaría admitir.
Es ahí, en esta noble premisa de ser escéptico sin caer en ningún tipo

lunes, 8 de junio de 2015

ACTUALIDAD DEL MISTERIO: PIEDRAS OSCILANTES, EL ENIGMA DE LOS RUIDOS EN EL CIELO Y LOS MAGOS DE LOS DIOSES




En esta nueva entrega de la Actualidad del Misterio, los colaboradores de El círculo de Hermes, el programa dirigido y presentado por Jesús Pertierra, hablan una semana más sobre temas de máximo interés para los amantes del misterio. Entre ellos, discutirán sobre el enigma de las piedras oscilantes detectadas en un satélite dentro del Sistema Solar, el curioso fenómeno The Hum y sus posibles explicaciones, y del último libro de Graham Hancock, entre otros asuntos.


martes, 1 de julio de 2014

EL PRESTE JUAN, CIENCIA FICCIÓN MEDIEVAL



En el siglo XII, Europa entera miraba a Oriente con una mezcla de recelo y fascinación. Era la Europa de las Cruzadas, la Europa que iba saliendo de sí misma y a la que la expansión económica forzaba a buscar nuevas rutas, nuevos territorios, y también nuevas leyendas.

La leyenda del Preste Juan mantuvo fascinada a la Europa de entre los siglos XII Y XVII
Hacia 1145, ya circulaban desde hacía tiempo rumores sobre la existencia de un mítico reino más allá de Tierra Santa; un lugar dedicado a la fe en Cristo que permanecía sitiado por sarracenos y otros infieles, donde no existía la pobreza, ni el crimen, y que estaba comandado por un rey poderoso, e invencible, al estilo del rey Salomón y otros legendarios mandatarios de la Antigüedad como Alejandro Magno.
Este rey, llamado Preste Juan en una crónica de ese mismo año, habría logrado, según algunos testimonios, importantes victorias sobre los musulmanes en un territorio más allá de Armenia, y Persia, y habría tratado (según los mismos cronistas) alcanzar sin éxito Jerusalén.
Esto, claro está, era precisamente lo que los oídos de los Cruzados querían escuchar por aquel entonces: la existencia de un aliado capaz de acorralar al enemigo infiel por el otro lado, desde aquel lejano y misterioso Oriente que apenas conocían.
Y la idea, la esperanza, fue creciendo entre ellos, y sobre todo entre quienes les esperaban en casa. Los datos fueron aumentando y aquel mítico reino –creado a partir de hechos históricos, aunque ampliados y deformados– fue llenándose de maravillas de cuento: artilugios fantásticos –como un gran espejo que recuerda a algunas imágenes que se tienen de la Mesa de Salomón–, animales de bestiarios imposibles, hombres capaces de vivir doscientos años…
En 1165 ya circulaba por Europa una carta que aquel monarca habría dirigido al emperador bizantino, en la que se incluían varias peticiones al Papa y la relación de maravillas y otros detalles de su extenso reino, que decía que se extendía hasta la India.
La leyenda motivó, dicen, que el papa Alejandro III enviara una carta a dicho monarca, en una expedición de la que luego nunca más se supo.
El mito siguió evolucionando hasta ser confundido, en el siglo XIII, con el mismísimo Gengis Khan. Aparecería en los escritos de Marco Polo y otros viajeros, y avanzaría para pasar de la zona del Cáucaso, o la India, a Etiopía, donde sí que había antiguos cristianos, y existía la posibilidad de mezclar aquella leyenda con otras como la del Santo Grial o el Arca de la Alianza.
¿Había algún fin oculto y misterioso en el afán explorador de los portugueses?
¿Estaban detrás de los viajes de Vasco de Gama, o de los promovidos por Enrique el Navegante,
los mismísimos templarios?

Dicen autores como Graham Hancock que es ahí, en Etiopía, donde el mito de Preste Juan más posibilidades tiene de ganar la partida entre la realidad y la pura fantasía. Hablan de los templarios, y de cómo sus sucesores, las órdenes militares que siguieron activas en Escocia, o Portugal, mantuvieron siempre un gran interés por aquel lugar, quizá convencidos de la conexión entre la leyenda de aquel reino magnífico y las reliquias más sagradas del cristianismo.
Quizá por ello, algunos de sus enviados a Ultramar, como el navegante Vasco de Gama, llevaban consigo cartas para el mítico monarca.
O reyes muy vinculados a estas órdenes, como el misterioso Enrique el Navegante de Portugal, quisieron llevar tan en secreto los nuevos descubrimientos, encaminados hacia ese Oriente misterioso, territorio tradicionalmente asociado al Preste Juan.

lunes, 3 de junio de 2013

EL MISTERIO DE LA ESFINGE Y LOS ATLANTES DEL MAR EGEO



Fue un vidente el primero en poner en cuestión las cifras que daban los científicos.
Hasta que Edgar Cayce (1877-1945) hizo públicas sus alucinaciones, sus sueños o lo que quisiera que fuera aquello que le ocurría al entrar en trance, todos pensaban que la esfinge era un monumento contemporáneo a las pirámides de Guiza.
La esfinge aguarda, sigilosa y majestuosa, la resolución de sus enigmas...

Todavía hoy se habla de unos veintiséis siglos antes de Cristo como fecha oficial, una tontería al lado de los 12.500 años que tendría según las afirmaciones del vidente norteamericano.
Hoy, el paso de las décadas y la curiosidad despertada por este iluminado en investigadores de todo el mundo ha hecho que existan cientos de estudios y datos que hacen tambalearse los presupuestos “oficiales”.
Para algunos sólo es cuestión de observar a la esfinge.
Ver su superficie erosionada por una lluvia poderosa que rara vez cae en el desierto en la actualidad, pero que sí se daba en la zona muchos siglos atrás, cuando el desierto todavía no había alcanzado el territorio de los faraones.
Para otros, las estrellas, su posición en el momento en que la esfinge fue proyectada, dice mucho en favor de Cayce.
El caso es que todavía no ha sido encontrada la cámara que él situó bajo el monumento, y que contendría pruebas incuestionables sobre la civilización que en el pasado lo erigió. (Algunos dicen que sí ha sido descubierta, pero que las autoridades la ocultan quién sabe a cuenta de qué oscuros intereses…)
¿Es la esfinge una prueba evidente de alguna civilización perdida en el remoto origen de los tiempos?
Para algunos, como Graham Hancock, habría que mirar algo más al norte, en el mar Egeo, y en los restos de la enigmática civilización que habitó Creta.

Allí podría haber una respuesta al silencio que guarda, imperturbable, la careta rígida de la misteriosa esfinge…

miércoles, 19 de diciembre de 2012

ARQUEOASTRONOMÍA




El cielo ha cambiado mucho en las últimas décadas, sobre todo en las grandes ciudades y sus alrededores. Al llegar la noche, y mirar hacia arriba, uno puede considerarse afortunado si, en un día despejado, consigue ver cinco o seis estrellas, e incluso alguna constelación.
Los antiguos quisieron reflejar en la Tierra lo que veían al mirar hacia arriba.

Son contrapartidas del mundo moderno, que confirman algunos de los temores que suscitó la aparición de la luz eléctrica allá por el s. XIX.
Pero en la antigüedad, desde el inicio de los tiempos, el cielo nocturno era un espectáculo capaz de sobrecoger a cualquiera. Las estrellas conformaban un tapiz inmenso, que abría la imaginación a todo tipo de interpretaciones. Dioses, mitologías, posibilidad de adivinar el futuro. Aquel telón mágico, aparentemente inmóvil, no permanecía quieto un segundo. Además de los cometas, existía un movimiento casi imperceptible y muy lento, que hizo sospechar a algunos que la tierra que pisaban podía ser también, como los astros, un objeto redondo.
La arqueoastronomía se dedica a investigar en torno a los conocimientos astronómicos de los antiguos, ya sea a través de las herramientas que utilizaban, a través de lo que al respecto dejaron escrito, o a través de otro tipo de elementos –como monumentos, o leyendas– que se sospecha que fueron influidos por este tipo de conocimientos.
Se ha hablado mucho del carácter astronómico de yacimientos megalíticos como Stonehenge. De esas piedras verticales, alineadas en círculos, que para algunos expertos constituye una especie de calendario. También de las pirámides, y otros monumentos del antiguo Egipto, supuestamente alineadas de forma coincidente con la constelación de Orión (ya hablaremos en su día de Graham Hancock y sus teorías, sus aciertos y sus errores).
Mucho se está hablando de los mayas en los últimos tiempos. Fueron grandes astrónomos, como los chinos o los árabes, que supieron dar una aplicación práctica a sus investigaciones, y convirtieron las constelaciones en un mapa para navegar por el mar.
Hay muchas leyendas en torno a estos asuntos, y quizá una de las más interesantes sea la de los dogones, ese pueblo africano de origen incierto cuyos conocimientos astronómicos han sorprendido enormemente a los investigadores, que no se explican cómo podía saber tanto del Cielo un pueblo en apariencia tan atrasado tecnológicamente.
Los más imaginativos hablan de visitantes de otras galaxias. De dioses que en realidad serían viajeros espaciales que, como los conquistadores españoles en América, habrían traído una nueva civilización al planeta.
Sea como fuere, un cielo nocturno debidamente alumbrado es capaz de convencer a cualquiera, incluso al más escéptico, de que la naturaleza por sí misma es el mayor de los misterios.

LO MÁS LEÍDO