En el siglo XII, Europa entera miraba a
Oriente con una mezcla de recelo y fascinación. Era la Europa de las Cruzadas, la Europa que iba saliendo de sí misma y a la
que la expansión económica forzaba a buscar nuevas rutas, nuevos territorios, y
también nuevas leyendas.
Hacia 1145, ya circulaban desde hacía tiempo
rumores sobre la existencia de un mítico reino más allá de Tierra Santa; un
lugar dedicado a la fe en Cristo que permanecía sitiado por sarracenos y otros
infieles, donde no existía la pobreza, ni el crimen, y que estaba comandado por
un rey poderoso, e invencible, al estilo del rey Salomón y otros legendarios mandatarios de la Antigüedad como Alejandro Magno.
Este rey, llamado Preste Juan en una crónica
de ese mismo año, habría logrado, según algunos testimonios, importantes victorias sobre los musulmanes en un
territorio más allá de Armenia, y Persia, y habría tratado (según los mismos cronistas) alcanzar sin éxito Jerusalén.
Esto, claro está, era precisamente lo que los
oídos de los Cruzados querían escuchar por aquel entonces: la existencia de un
aliado capaz de acorralar al enemigo infiel por el otro lado, desde aquel lejano y misterioso Oriente que apenas conocían.
Y la idea, la esperanza, fue creciendo entre ellos, y sobre todo entre quienes les esperaban en casa. Los
datos fueron aumentando y aquel mítico reino –creado a partir de hechos
históricos, aunque ampliados y deformados– fue llenándose de maravillas de
cuento: artilugios fantásticos –como un gran espejo que recuerda a algunas
imágenes que se tienen de la Mesa de Salomón–, animales de bestiarios
imposibles, hombres capaces de vivir doscientos años…
En 1165 ya circulaba por Europa una carta que
aquel monarca habría dirigido al emperador bizantino, en la que se incluían
varias peticiones al Papa y la relación de maravillas y otros detalles de su
extenso reino, que decía que se extendía hasta la India.
La leyenda motivó, dicen, que el papa
Alejandro III enviara una carta a dicho monarca, en una expedición de la que
luego nunca más se supo.
El mito siguió evolucionando hasta ser
confundido, en el siglo XIII, con el mismísimo Gengis Khan. Aparecería en los
escritos de Marco Polo y otros viajeros, y avanzaría para pasar de la zona del
Cáucaso, o la India, a Etiopía, donde sí que había antiguos cristianos, y
existía la posibilidad de mezclar aquella leyenda con otras como la del Santo
Grial o el Arca de la Alianza.
¿Había algún fin oculto y misterioso en el afán explorador de los portugueses? ¿Estaban detrás de los viajes de Vasco de Gama, o de los promovidos por Enrique el Navegante, los mismísimos templarios? |
Dicen autores como Graham Hancock que es ahí,
en Etiopía, donde el mito de Preste Juan más posibilidades tiene de ganar la
partida entre la realidad y la pura fantasía. Hablan de los templarios, y de cómo
sus sucesores, las órdenes militares que siguieron activas en Escocia, o
Portugal, mantuvieron siempre un gran interés por aquel lugar, quizá
convencidos de la conexión entre la leyenda de aquel reino magnífico y las
reliquias más sagradas del cristianismo.
Quizá por ello, algunos de sus enviados a
Ultramar, como el navegante Vasco de Gama, llevaban consigo cartas para el
mítico monarca.
O reyes muy vinculados a estas órdenes, como
el misterioso Enrique el Navegante de Portugal, quisieron llevar tan en secreto los nuevos
descubrimientos, encaminados hacia ese Oriente misterioso, territorio
tradicionalmente asociado al Preste Juan.
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