jueves, 13 de junio de 2013

EL ENIGMA DEL NÚMERO ÁUREO



Todo buen aficionado al misterio y a los enigmas de la historia ha oído hablar alguna vez de este número, también referido frecuentemente como proporción.
Para los matemáticos no es más que una regla que aparece en la naturaleza y que establece cierta relación entre dos rectas, pero para quien está dispuesto a ir más allá –como, por otra parte, hicieron genios como Leonardo Da Vinci–, el número áureo adquiere categoría de mágico, repleto de un sentido que se nos escapa, aunque esté por todas partes.
¿Qué pretendían artistas de la talla de Leonardo Da Vinci con la aplicación,
en sus obras, del número áureo? ¿Era una mera técnica estética, o encerraba alguna especie de mensaje cifrado?

El primero que se percató de su existencia fue el griego Euclides, que lo definió y estableció su fórmula. Luego, el número sería retomado por los renacentistas, que aplicarían sus mágicas proporciones a sus obras.  
Durero, el ya mencionado Da Vinci, Miguel Ángel… Todos, casi de forma obsesiva, intentaron que aquella proporción estuviera representada en sus cuadros (como la Mona Lisa) o sus esculturas (el David de Miguel Ángel), ya fuera para procurarles una armonía natural y hacerlas más perfectas visualmente, o para otorgarles un sentido esotérico, convertirlas en portadoras de un mensaje oculto al profano, de comunicación directa con Dios…
También la arquitectura sucumbió al poder mágico de este número.
Ya fuera por casualidad –como dijimos, el número y la proporción áurea se encuentra en todas partes, allá donde miremos–, o por empeño místico de sus creadores, encontramos el rastro de esta cifra divina en obras y monumentos de todos los tiempos. Las pirámides de Egipto, las catedrales góticas, las más modernas construcciones de Eiffel, en París…
Y en España, claro.
De entre las más curiosas, la catedral de Jaén, famosa en los últimos tiempos por su presunta relación con la lápida de Arjona y la búsqueda de la Mesa de Salomón. Su arquitecto, Andrés de Valdevira, fue un iniciado, se supone, en el saber perdido de los templarios y, fuera de toda duda, erigió, en el centro mismo de la península, un templo renacentista de proporciones áureas, que muchos interpretan como un Templo de Salomón ibérico.
¿Quizá con la intención de que no desmereciera junto a la reliquia que albergaban sus subterráneos?

Sólo el conocimiento y desciframiento de esos códigos naturales (¿divinos?) nos permitirá acceder a esa verdad que, de momento, se nos escapa.

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