Hasta no hace mucho, la ciencia trataba de explicar el origen de los
americanos hablando de una migración procedente de Asia a través del estrecho
de Bering. Era lo más lógico, teniendo en cuenta las pruebas. Aquel estrecho
habría sido en su momento accesible a pie; en el adn de los pueblos del Nuevo
Continente hay huellas de un pasado asiático... Todo, o casi todo, parecía ir
en esa dirección. No había nada que discutir. ¿O sí?
El origen de los antiguos pobladores de América sigue siendo aún hoy un misterio. |
La arqueología, enemiga de cerrazones y escepticismos, lleva un tiempo peleándose
con esta teoría. Hay investigadores que hablan de pobladores ancestrales que ya
andaban por allí antes de la presunta migración. Algunos plantean la
posibilidad de una migración, también desde Asia, pero por el sur, esto es, por
una supuesta placa de hielo que se habría extendido al norte de la Antártida…
Pero esto es aún más difícil de creer.
Otros, más osados, hablan de migraciones por mar.
Otros, más osados, hablan de migraciones por mar.
Se trata del libro Los reinos
perdidos, que ofrece numerosas pruebas para ilustrar esta idea. Tal y como se relata en él, existen en diversas culturas precolombinas representaciones plásticas –en glifos,
estatuillas, jeroglíficos– de gentes que presentan rasgos semíticos. Gentes de
barba abundante, de ropajes similares a los de los fenicios, que siempre o casi siempre son referidos como dioses, o de seres venidos de otros mundos. Que llegaron en un momento del pasado y luego se marcharon. Hay también elementos
culturales en estas tradiciones americanas que, según Zecharia Sitchin, sólo encuentran explicación en alguna especie de contacto con tradiciones de fuera del continente.
Determinados conocimientos astronómicos, matemáticos, y de leyendas, que coinciden asombrosamente con los que se dieron en Sumeria, Mesopotamia, o Egipto. Leyendas
que aparecen reflejadas en la Biblia, por ejemplo, o determinados mitos demasiado coincidentes.
Por no hablar de las pirámides, claro, o de la costumbre de momificar a los
muertos. Caín y Abel, el mito del Diluvio…
Parece haber demasiadas semejanzas; un mensaje oculto y enigmático que todavía necesita
un empujón. El que le dé la Arqueología, futura protagonista de este
interesante dilema.
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