El mundo real es, frecuentemente, mucho más terrorífico que
aquel otro con el que nos recreamos algunos, viendo cine, leyendo a
determinados autores, o escuchando a un buen narrador en una noche calurosa de
verano, a la luz de una hoguera.
¿Qué puede haber más temible que una invasión de ratas? |
También en él existen las amenazas, un mundo oculto que se
pasea muy cerca de nosotros, bajo nuestros pies.
Son las ratas, quizá, el más despreciable de los miembros de
la fauna urbana. Su fama de portadoras de las más terribles enfermedades no ayuda mucho, así como
algunos aspectos quizá aún más inquietantes de su comportamiento.
Son, a decir de los expertos, el monstruo perfecto, el más
temible.
Capaces de penetrar por cualquier rendija hasta lo más íntimo de nuestro hogar, nadar con
eficacia, trepar altos muros, deshacerse de cualquier peligro gracias a su
flexibilidad y rapidez…
¿Quién no ha tenido alguna vez pesadillas con una de ellas?
O como Bram Stoker, el genial creador de Drácula, con montones, montones de
ellas corriendo velozmente a nuestro encuentro.
Según algunos estudios –y seguimos con el vínculo que parte de Stoker–,
las ratas podrían, si se diera el caso, alimentarse con sangre humana. Parece que les gusta
especialmente, que la elegirían si se vieran en la disyuntiva entre este líquido y
otra comida cualquiera.
Son capaces –cualquiera que se haya interesado un poco lo
sabe– de atravesar muros, pacientemente, devorando con sus afilados
dientecillos cualquier superficie que se le ponga por delante, sea esta de cemento, de ladrillo o de plástico…
Por último, está su hábitat. Las alcantarillas, los túneles
de metro, las profundidades más infernales, curiosamente, tan estrechamente
próximas al mundo de la superficie, donde nos movemos y donde sólo las vemos de
vez en cuando, como apariciones espectrales.
De ahí la enorme profusión de leyendas: desde las mutaciones
que han hecho que las imaginemos inmensas, hasta su enorme número que, como hemos podido leer
por ahí, podrían convertirnos a nosotros, los seres humanos, en una plaga que desafía en realidad a las
verdaderas dueñas del mundo, que serían ellas...
Y un apunte final, de algo que hemos oído en alguno de esos libros tan raros que nos llegan de vez en cuando: se dice que en Nueva York algunas habrían desarrollado tanto su inteligencia como para saber a qué vagones del
metro subirse para desplazarse por la red del suburbano. Ahí es nada...
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