viernes, 23 de noviembre de 2012

THOR HEYERDAHL, DESAFÍO A LA ORTODOXIA




En 1947 se producía uno de esos momentos cumbre de la historia que luego, por esas cosas que tiene la vida, quedan poco a poco en el olvido, recordadas únicamente por los amantes del misterio, la aventura y el conocimiento.
La Kon Tiki, tal y como puede admirarse en el museo de Oslo (Noruega) dedicado a Thor Heyerdahl y sus  expediciones.

Era el año en el que la Kon Tiki, una balsa fabricada en el Perú con troncos de árbol, paja y cuerdas, recorría, por mar –sin ayuda de un motor o de otras naves de apoyo– la distancia que separa las costas occidentales de América del Sur de la Polinesia. Su capitán, el antropólogo y aventurero noruego Thor Heyerdahl, demostraba así que el tráfico entre el continente y las islas que salpican el Pacífico había sido posible en el pasado, echando por tierra la cerrazón de aquellos que lo habían negado por completo durante décadas.
Se trata de una de las mayores gestas del ser humano, y que sorprende por su magnitud en diversos aspectos.
Por un lado está la aventura. Estremece imaginar a aquellos hombres flotando a merced de las olas, en mitad del inmenso Océano, y tratar de ponerse en su lugar. De noche, cuenta el propio Heyerdahl, en el libro que relata sus peripecias, les sorprendía el aspecto de la bóveda celeste, y les parecía haber retrocedido varios siglos en el tiempo.
Por el lado científico, la gesta vino a poner a prueba a quienes negaban la capacidad náutica de los hombres del lado izquierdo de los Andes. Venía a demostrar que podía haber habido contacto con los habitantes de ese continente anfibio situado en el triángulo formado por Hawaii, Nueva Zelanda y la isla de Pascua.
La expedición Kon Tiki sirvió para dar algunos pasos importantes en la resolución de los misterios de Pascua.

Luego, Heyerdahl se embarcaría en otras aventuras, que pretendían demostrar contactos similares entre Egipto y América, a través del Atlántico, pero esa ya es otra historia.
La Kon Tiki puede colocarse al lado de viajes míticos como el de Colón, Magallanes y muchos otros. Como aquéllos, tuvo en contra a muchos que, desde un lugar seguro en la tierra, le tachaban de loco e imaginativo.
Por suerte, tuvo la suerte de su lado para demostrarles que no estaba tan loco

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