sábado, 13 de abril de 2013

EL DISCO CELESTE DE NEBRA O LAS MIL Y UNA INCÓGNITAS DEL PASADO DEL HOMBRE




Estar dispuesto a aprender es también estar dispuesto a sorprenderse.
Cuando pensamos en civilización, solemos dirigirnos mentalmente a lugares como Egipto, Grecia o Mesopotamia. El Mediterráneo, China, o los enigmáticos pero desarrollados pueblos precolombinos de Mesoamérica y Sudamérica. Nunca, o casi nunca, pensamos en Centroeuropa. Nos han explicado siempre que allí, en las orillas de aquellos ríos, las profundidades de aquellos bosques, los hombres vivían en un estado de salvajismo, afilando sus hachas, lanzas y espadas, esperando la llegada civilizadora de los pueblos del Sur.
El disco de Nebra ha de enseñarnos, en primer lugar, que desconocemos una parte
importante del pasado del Hombre

Aunque existían pruebas sobradas de civilización (¿qué más prueba de organización social puede haber que Stonehenge o los dólmenes que encontramos a lo largo y ancho del continente?) hacía falta algo más, y ese algo llegó para la Arqueología en los años noventa.
Más exactamente, en el año 1999. Era entonces, a pocos meses de la entrada en el nuevo Milenio, cuando un grupo de aficionados a la Arqueología encontraba en Nebra (Alemania, estado de Sajonia-Anhalt), un extraño disco de oro y bronce, de en torno a 2 kilos de peso y algo más de 30 centímetros de diámetro. Un objeto tan raro, tan extraño y peculiar, que los investigadores creyeron, en un primer momento, que se trataba de una falsificación.
Se le hicieron todo tipo de pruebas, se investigó el chisme de arriba abajo, y resultó ser real. Nadie podía haber sido capaz de fabricar una falsificación de aquella calidad. Determinaron que su antigüedad era de cerca de cuatro mil años de antigüedad.
A partir de entonces comenzó a especularse sobre su función, su posible utilidad.
Las investigaciones apuntan a que el disco era utilizado como una especie de calendario
que se servía de la posición del Sol a lo largo del año.

En su cara principal aparecen representados claramente el Sol, la Luna, y constelaciones de estrellas, de las cuales la más visible parece ser la de las Pléyades. También unas figuras tachonadas de muescas que podrían haber servido para calcular la posición del Sol en diferentes estaciones del año, y que se asemejan a otras figuras similares encontradas en piedras, cuevas, y bajorrelieves del mismo periodo.
Una herramienta impropia, desde luego, de seres salvajes dedicados exclusivamente a la guerra de clanes, la caza y la recolección de frutos silvestres.
Demasiado, seguro, para gentes sin seso.
Y sin embargo, y a decir de los expertos, la más antigua representación del firmamento encontrada hasta ahora, no sólo en Europa, si no en todo el mundo.
Estamos convencidos, y nos atreveríamos a apostar, que no será la última. Siendo conscientes, como somos a estas alturas, de que conocemos muy poco, poquísimo, del pasado del Hombre.

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