El
mundo de los fenómenos paranormales es un mundo en constante evolución. Se
trata, estamos seguros, de fenómenos que siempre han estado ahí pero que varían
en función de cómo los observamos y analizamos, y de la manera en que los
intentamos asimilar para conseguir convivir con ellos.
Uno
de ellos, muy antiguo pero que ha cobrado vida de nuevo gracias a Internet, es
el que en el mundo anglosajón se denomina «PANic in the Woods» o «pánico en el
bosque», donde la palabra PAN, que hace referencia al dios Pan, se subraya de
manera especial ahora veremos por qué.
Es
un fenómeno que muchas personas han dicho sentir en la naturaleza; una
sensación de miedo, terror, ansiedad, cuando ‒solos o en compañía de alguien‒,
se han sentido amenazados por una presencia terrorífica que los observaba, los
vigilaba de cerca.
Según
el escritor Patrick Harpur, se trata de un fenómeno mucho más extendido de lo
que suponemos y que responde a una especie de venganza por parte de la
naturaleza, de esa parte oculta que está dentro de nosotros aunque enterrada
por capas y capas de literalización, y raciocinio, que sale a la luz en esos
momentos concretos como una especie de advertencia, de recordatorio de lo que
somos realmente.
Hay
ocasiones en la que esa fuerza va más allá de la simple amenaza y pasa al
ataque físico. Él mismo, este autor británico ‒en un artículo publicado en inglés por la revista Fortean Times, de título “Landscapes of Panic”‒ repasa
algunos de esos casos, algunos incluso dentro de su familia: fuerzas
misteriosas que agarran nuestro brazo desde las profundidades del mar
intentando, al parecer, arrastrarnos con ellas; extrañas visiones en mitad de
la noche como luces, o sonidos, o golpes que nos dejan atontados o dormidos
para descubrirnos muchas horas después dormidos a los pies de un árbol, o a la
orilla de un arroyo…
Harpur explica cómo en época romana algunos pensadores advirtieron del peligro de haber matado (u olvidado) al dios Pan, el representante de esas misteriosas fuerzas naturales que nos rodean. La civilización, el conocimiento racional, ha pecado siempre de falta de respeto hacia esa realidad sutil y peligrosa que podría llevar revelándose desde entonces. Como parte de nosotros mismos, es necesario un estado especial para detectarla, para sentir su influjo ‒la soledad, la concentración, eso que los escépticos llaman sugestión‒ aunque a veces no haga falta más que molestarla…
Harpur explica cómo en época romana algunos pensadores advirtieron del peligro de haber matado (u olvidado) al dios Pan, el representante de esas misteriosas fuerzas naturales que nos rodean. La civilización, el conocimiento racional, ha pecado siempre de falta de respeto hacia esa realidad sutil y peligrosa que podría llevar revelándose desde entonces. Como parte de nosotros mismos, es necesario un estado especial para detectarla, para sentir su influjo ‒la soledad, la concentración, eso que los escépticos llaman sugestión‒ aunque a veces no haga falta más que molestarla…
Hay
quien dice, en la actualidad, que ese fenómeno podría explicarlo la existencia
de un alma de la naturaleza, una
conciencia protectora que se rebela contra los daños que el hombre suele
producirle. Creemos que es algo más. Hombre y naturaleza son parte de la misma
realidad; existe el mundo de la imaginación consciente y de los objetos
materiales de que nos hemos rodeado, y existe también el mundo de la
imaginación inconsciente, a la que apenas hemos dejado espacio, y que podría
activarse de manera automática en determinados entornos ‒eso que llamamos
lugares de poder‒ donde la energía, la «magia», podríamos decir, surge sin que
la llamemos a través del ulular del vientos a través de las ramas de los
árboles, el fluir del agua en un río de un arroyo, o a través del sonido de
nuestros pasos haciendo crujir la hierba, o las piedras, por la ladera de una
montaña. La sabiduría de alguna gente que he conocido podría tener la clave
para desactivar el poder supuestamente maligno de esas entidades negativas ‒o
supuestamente negativas‒: basta con acercarse a esos lugares sagrados con
reverencia, con respeto; pedir, como hacen algunos montañeros, o espeleólogos,
permiso a las entidades que los gobiernan. Veréis cómo la ansiedad y el pánico
desaparecen; cómo esas entidades invisibles comienzan a hacerlo todo mucho más
amable y favorable y hasta el cielo ‒y esto es algo que he vivido yo
personalmente‒ se despeja para que la tormenta que se estaba cerniendo sobre nosotros dé paso a un
día bonito, tranquilo y agradable…
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