En Irlanda,
como en muchos otros pueblos que conservan aún tradiciones precristianas,
existe la creencia de que determinados árboles poseen poderes especiales. Son
árboles que el pueblo considera sagrados; que reciben veneración religiosa como
si se tratara de santos, o de vírgenes, y a los que se acude con plegarias y
regalos para recibir a cambio ciertos favores.
Son
lugares de conexión con el más allá; en los que habitan las hadas, y los
duendes, y que por tanto, deben ser respetados para evitar desequilibrios en
los que el hombre va a salir siempre como perdedor.
¿Es posible que ciertos árboles que la tradición considera sagrados puedan albergar algún tipo de poder sobre quienes osan dañarlos...? |
En
marzo de 1950, uno de estos árboles situado en Fintona, Irlanda del Norte, fue
dañado por accidente durante unos trabajos con un bulldozer. Las gentes de la
zona corrieron a mostrar su preocupación ante lo que consideraban un mal
presagio, y que para los más escépticos eran simples supercherías antiguas, a
las que no debía darse ninguna credibilidad.
Un
vecino de la zona, el anciano McAnespie, compró algunos de los restos del árbol
como combustible para su chimenea y se los llevó hasta su casa. Enseguida
comenzó a sentir que fenómenos extraños iban teniendo lugar a su alrededor;
ruidos de campanas muy sutiles que comenzaban a escucharse aquí, y allá, en las
distintas estancias de la casa; destellos misteriosos, luces que iban y venían acompañadas
de voces, como de chiquillos ‒diría posteriormente‒, a las que sin embargo no
quiso prestar entonces demasiada atención.
Acabada
la leña, varias semanas después de que todo eso se hubiera estado produciendo, decidió
salir al campo a por más.
Los vecinos, que conocían las costumbres del anciano, se preocuparon al ver que aquella tarde la noche se iba acercando y cerniéndose sobre el pueblo y el anciano no había regresado a su casa.
Los vecinos, que conocían las costumbres del anciano, se preocuparon al ver que aquella tarde la noche se iba acercando y cerniéndose sobre el pueblo y el anciano no había regresado a su casa.
Alertados
por aquellos fenómenos extraños que llevaba días comentándoles entre bromas y
chascarrillos ‒tal vez temiéndose que hubiera podido sufrir algún tipo de
crisis nerviosa, de locura o algo peor que no se atrevían a mencionar‒,
decidieron llamar a la policía para iniciar una búsqueda oficial.
Recorrieron
la zona, pero no lograron dar con él.
Muchas
horas después, cerca de la madrugada, se lo toparon tumbado en un paraje no muy
lejano a su domicilio, como adormilado y sin fuerzas.
El
anciano no tenía conciencia de que hubiera podido pasar tanto tiempo desde que
saliera a recoger leña el día anterior. Dijo que en un momento dado se había
sentido paralizado, que había tenido que detenerse, y finalmente, había caído
rendido hacia el suelo presa de cierto atenazamiento sin explicación.
Aseguraba
haber oído las voces de los que le llamaban, sin capacidad para responderles.
Aquéllos, los que habían participado en la búsqueda, tenían la certeza de haber
pasado por aquel mismo lugar sin haber visto en ningún momento al anciano.
Los
fenómenos misteriosos que había tenido ocasión McAnespie de oír y ver en su
casa ‒las campanas, los minúsculos destellos‒ también se habían estado
produciendo aquella noche en el campo incluso con más fuerza aún. Más nítido,
si cabe, con presencia «física» de pequeños seres que no tendría ahora ningún
reparo en identificar como hadas, seres feéricos…
¿Qué pueden ocultar de cierto las antiguas leyendas de hadas y duendes? ¿Podríamos estar obviando con ellas una parte importante de la realidad al darle la espalda...? |
Aquello
fue, por supuesto, algo que provocó numerosas reacciones, como siempre en estos
casos, a favor y en contra de lo que parecía a todas luces un hecho maravilloso,
controvertido y alucinante a partes iguales. ¿Estaba el viejo McAnespie
mintiendo? ¿El frío de la noche, y lo que quisiera que le hubiera sobrevenido a
lo largo de aquellas horas, le hacía alucinar, tener la certeza de haber visto
cosas de aquel tipo? ¿Era una simple estratagema para ocultar algo peor, como
una borrachera? ¿O era verdaderamente un fenómeno sobrenatural vinculado a esas
leyendas irlandesas, como decíamos, de fuerte raigambre ancestral?
Como
fuera, el caso es que aquello tuvo cierto eco en la prensa local y todavía hoy
pueden leerse las crónicas en Internet, recogidas por la página web (en inglés)
Fortean Ireland.
Es,
desde luego, una más de las muchas leyendas en este sentido que existen en
Irlanda, y que se refuerzan por testimonios y experiencias como la del anciano
protagonista de la que acaban de leer.
Para
aquellos que quieran investigar más a fondo el fenómeno, hemos de apuntar que
el lugar en el que alguna vez estuvo aquel árbol existe, perfectamente
identificado a las afueras de Fintona. Es el lugar exacto en el que el viejo
cayó rendido y congelado aquella noche; un lugar maldito, o bendito ‒claro
está‒ según tengamos a bien acercarnos a él con respeto, o como escépticos
ignorantes de que las fuerzas que brotan de estos parajes mágicos pueden
volverse en contra de aquel que las desafía de algún modo…
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