por Marcus Polvoranca
Existen ‒dicen algunos investigadores‒ lugares proclives a las desapariciones. Regiones cuyos límites invisibles quedan establecidos por la férrea línea contundente de las estadísticas, y que aparecen dispersos por el mapa sin que sea posible, a priori, establecer relación alguna entre ellas.
El Triángulo
de las Bermudas, o el Triángulo del Dragón ‒situado en los mares orientales‒
son dos buenos y conocidos ejemplos de ello. Otro importante, y que la gente conoce
bastante menos, es el que se sitúa en el estado norteamericano de Alaska
Comprende
una extensión inmensa de miles de kilómetros cuadrados jalonados de enormes
montañas nevadas, tundras, bosques y naturaleza hostil y salvaje.
La
leyenda ‒pues para ser rigurosos tenemos que emplear este término‒ arranca con
la desaparición, en 1950, de un avión militar con 44 personas a bordo de las
que no se volvió a saber nada pese al gran dispositivo que se puso en marcha
inmediatamente para tratar de encontrarlas.
Otro
accidente similar, esta vez acaecido en 1972, se saldaba con el mismo
resultado, en este caso con la muerte de los 3 ocupantes que viajaban en el
aparato: 2 políticos y el piloto.
Pero
para quienes hayan empezado a especular con que, bueno, al tratarse de una
extensión de tierra tan grande, tan hostil al hombre, y demás, puede ser
totalmente comprensible que sucedan cosas de este tipo, arrojaremos cifras más
recientes...
Por
ejemplo, la que nos indica que desde 1998 han desaparecido allí ‒sin que vuelva
a saberse nada de ellas‒ cerca de 53.000 personas, lo que, en una población de
600.000 personas como la que tiene este estado, supone 4 de cada mil personas
desaparecidas en este periodo de tiempo.
Si
nos vamos más atrás en el tiempo ‒más atrás de aquel primer accidente de avión
en los años cincuenta‒ nos encontramos con que la población nativa ya hablaba
de espíritus malignos en la zona; de demonios que, como el Kushtaka ‒mitad hombre, mitad nutria‒ parecían estar detrás de la
misteriosa desaparición de quien osara a caminar solo por el bosque.
Investigadores
más recientes culpan de la enorme cantidad de desapariciones que se dan allí a
las cualidades energéticas del lugar, según éstos, vinculadas a esa red de
lugares conectados por líneas ley, o vórtices de energía, a lo largo del mundo.
Tienen a su favor el testimonio de lugareños que aseguran escuchar
habitualmente un extraño zumbido que podría corresponder a esta energía
desatada que, mediante puertas dimensionales, o vaya usted a saber qué, absorbe
a todos esos montañeros, profesionales, turistas y granjeros de los que ya
nunca se ha vuelto a saber nada.
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Se
habla de ovnis, también; de actividad ufológica y todo lo que va ligado a este
fenómeno, así como de la mera casualidad. O más bien, del hecho de que sea la
propia naturaleza salvaje ‒osos, precipicios, temperaturas extremas‒ lo que
haga cada año alcanzar tan alto número de desaparecidos.
Si
quieren mi opinión, yo jamás descarto nada. Me gusta mucho especular, eso sí, y
reunir todos esos datos como el buen forteano que me gusta ser. Algo de lo que
he dicho más arriba aparece en alguna de mis novelas ‒especialmente en El expediente Julia B.‒, pero no se me deja decir nada más.
Sean
ustedes los que decidan, y eso sí: procuren elegir bien su destino, el lugar al
que irán a pasar sus vacaciones. El escepticismo no le salva a uno de poder ser
devorado por lo misterioso…
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