por
Marcus Polvoranca
No
siempre es suficiente, pero supone un gran empujón para un libro el haber sido
escrito con pasión. Es algo que enseguida nota el lector, y que si va
acompañado de talento, de un tema interesante que consiga atraparnos, forma un
cocktail explosivo que impedirá que de ninguna manera abandonemos la lectura
hasta haber devorado, también con pasión, hasta la última de sus páginas.
Así
ocurre con esta maravillosa obra que nos habla, con absoluta pasión, de los
hallazgos que en su momento revolucionaron su tiempo y abrieron para occidente
los misterios de Egipto, de la Antigua Grecia, de las civilizaciones mesoamericanas
y de las llanuras mesopotámicas. Un libro que sumerge al lector en las
peripecias novelescas de Howard Carter, el descubridor de la tumba de
Tutankamón, del hallazgo de las claves para desentrañar los jeroglíficos, de la
pasión del amateur Schliemann y su empeño heroico por descubrir Troya, así como
de los misterios en torno a las ciudades abandonadas por Mayas y los habitantes
de Teotihuacán, o el del Diluvio Universal de las Sagradas Escrituras, que todavía hoy sigue inquietando a muchos investigadores, y cada vez más parece más posiblemente relacionado con algún hecho histórico que tuvo lugar en el pasado.
de Teotihuacán, o el del Diluvio Universal de las Sagradas Escrituras, que todavía hoy sigue inquietando a muchos investigadores, y cada vez más parece más posiblemente relacionado con algún hecho histórico que tuvo lugar en el pasado.
Un
libro fundamental, como decimos, que toca las principales claves de los
principales puntos de interés de la Arqueología y que está escrito
maravillosamente, sin desmerecer el grado de interés que suscitan muchas de las
anécdotas y apuntes biográficos que salpican sus páginas. Una «novela de
arqueología», como el propio autor subtitula a la obra, que, como buen libro
sobre misterio ‒aunque sea un misterio aceptado, digamos, académicamente‒
plantea todo tipo de preguntas y culmina con un epílogo que supone todo un
reto, precisamente, contra el academicismo.
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En
él se nos habla de los libros que todavía no pueden escribirse; una especie de
invitación a no dejar nunca de fantasear; no abandonar ese espíritu aventurero,
romántico, que ha sido el que ha llevado al hombre a logros como los descritos
precisamente en estas páginas, y que han de seguir dando, en el futuro, grandes
frutos.
Él
no lo dice ‒o no lo recuerdo‒, pero nos faltan aún tantas claves de nuestro
pasado que el rompecabezas es, pese a todo, un desorden absoluto todavía.
Pienso en los orígenes de América, por ejemplo, y es como para que le entre a
uno un vértigo insoportable; o en el gran abismo de miles de años que nos
separa de los hombres de las cavernas, o de quienes construyeron los grandes
monumentos megalíticos, y lo que hay escrito al respecto resulta de risa.
Una
lección, la de Ceram, que hay que aprenderse.
Y
vivir, aprender e investigar, sin perder nunca esa pasión que acompaña siempre
a las grandes obras.
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