por
Marcus Polvoranca
Si
se preguntan cuál es el motivo de que la criptozoología sea una disciplina tan
apasionante, encontrarán, sin dudarlo, la respuesta en este libro. Los elementos
para una buena historia están ahí: misterio, suspense, aventuras en lugares
exóticos, algo de ciencia, algo de magia… Desde el Bigfoot y sus numerosos parientes a lo largo del
mundo, hasta los monstruos marinos que se ocultan en las profundidades de los
océanos, pasando por la Historia, las confusiones de la mitología y las
leyendas que el tiempo fue demostrando como ciertas, o incluso los fraudes ‒que
los ha habido‒ como tristemente podemos comprobar cada día en esto del
Misterio.
Lo
que Lothar Frenz hace en este libro es precisamente lo único que puede hacer un
criptozoólogo que se precie, y que no es poco: recopilar. Tomar nota de
testimonios, rastrear en libros, legajos y manuscritos, escuchar a los
científicos, y maravillarse ante un mundo donde prácticamente...
todo sigue aún por descubrir. Frenz habla, por ejemplo, de esos rinocerontes de Java que, pese a su gran tamaño, permanecieron ocultos al Hombre occidental durante siglos, o esos gorilas de los que hablaban las leyendas africanas y que sólo muy tarde, entrado el s. XX, fueron registrados por la ciencia.
todo sigue aún por descubrir. Frenz habla, por ejemplo, de esos rinocerontes de Java que, pese a su gran tamaño, permanecieron ocultos al Hombre occidental durante siglos, o esos gorilas de los que hablaban las leyendas africanas y que sólo muy tarde, entrado el s. XX, fueron registrados por la ciencia.
Así,
descubrimos con él que esta disciplina maldita, o de frontera, es algo más que
especulación y que como la propia ciencia, que a partir de un simple colmillo
elucubra sobre seres tales como el Megalodón ‒el tiburón gigante que para
algunos seguiría aún hoy surcando la profundidad de los mares‒, sirve, al
menos, para ponerles nombre a fantasías que llevan recorriendo el folklore de
pueblos de todo el mundo durante siglos, y que, como buenos misterios, llevan
aparejado ese punto de realidad necesario para que, como público, quedemos
enganchados.
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¿Quién
no se queda fascinado al conocer que los monstruos legendarios descritos por
los marinos de todo el mundo podrían tener algo que ver con esos calamares
gigantes cada vez más aceptados por la ciencia? ¿Quién puede estar seguro de lo
que pueda haber bajo las extensiones de miles de kilómetros de bosques y selvas
del Amazonas, o el Noroeste de América del Norte? ¿Quién puede asegurar que en
los lugares más remotos, allí donde apenas vive nadie, pueda haber aún restos
de seres que no hemos catalogado, pero que los antiguos ‒cuya sabiduría, e
intuiciones, parecen ir confirmándose con el paso del tiempo, día a día‒ ya
habían descrito y catalogado en sus leyendas?
Cada
vez tiendo más a pensar que las respuestas, al fin y al cabo, son lo de menos.
Podemos inventar respuestas de todo tipo y tratar de engañarnos con esa falsa
satisfacción creada por este mundo de sucedáneos ‒como leía en un libro hace
poco, del que quizá hable más adelante‒, pero las preguntas, ¡ay!, eso es lo
que nos hace verdaderamente humanos.
La
criptozoología sirve para eso, para hacernos preguntas. Y para que la chispa
que mueve el mundo, ésa que nos hace seguir pese a las barreras y dificultades,
no se apague pese a que algunos sigan empeñados en decir que todo está
inventado.
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