No es la primera vez que hablamos aquí de San Brandán, el mítico monje
navegante irlandés cuya epopeya a lo largo del Atlántico Norte lleva cautivando
la mente de los soñadores desde la alta Edad Media. Tampoco es la primera vez
(ni la última, eso es seguro) que hablamos de Cristóbal Colón, y de los
navegantes que se disputan con él el haber sido los primeros en llegar al Nuevo
Mundo.
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El mítico viaje de San Brandán estaba repleto de hechos fabulosos que Tim Severin lograría explicar con sus experiencias. |
Y es que en la navegación de los antiguos parece estar una de las
principales claves de nuestro pasado, además de misterios increíbles,
excitantes, de esos que pueden llegar a obsesionar a cualquiera.
Ése, quizá, fue el caso de Tim Severin. Este marinero escocés adicto a la
aventura, decidía en 1976 emprender una aventura con la que demostrar que la
leyenda de San Brandán podía tener algo de cierto.
Para ello, se construyó una nave como la que describen las crónicas que
utilizó el monje. Una currach, barca tradicional irlandesa fabricada con piel
de buey.
Al parecer, este tipo de construcción tenía una flexibilidad que la
convertía en una embarcación mucho más resistente de lo que se creía en el frío
Atlántico, capaz de soportar el oleaje o adaptarse a otros inconvenientes que
podían surgir en una travesía de estas características.
Nada más partir del condado de Kerry, al oeste de Irlanda, se da cuenta de que
una de las claves de la crónica de San Brandán podría tener explicación
precisamente en la forma de la embarcación: de formas suaves, y redondeadas,
parece atraer a todo tipo de animales marinos, que se acercan a ella en masa.
También las ballenas, protagonistas de un episodio de la leyenda.
Luego, tendría posibilidad de llegar hasta las islas Feroes, y más al
norte, a Islandia.
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El currach utilizado por Tim Severin trataba de ajustarse lo más posible al utilizado, según las crónicas, por el monje navegante |
Aunque la crónica es una crónica fantástica, llena de alusiones a seres
imposibles y ficticios, sí que encuentra Severin motivos para creer que
pudieran haber tenido algo que ver con lo que el monje vio en realidad. Habla
de columnas de cristal, por ejemplo, o de gigantes que lanzaban piedras y bolas
de fuego, elementos que, sin demasiada imaginación, pueden relacionarse con
icebergs que andan a la deriva por aquellas latitudes, o, en el segundo caso,
con los volcanes de Islandia que están en actividad permanente.
La “Brandan”, que así se llamaba la embarcación de Severin, alcanzó por fin
Terranova en 1977, algo más de un año
después de la partida. Su gesta se sumaba así a la de locos que, como Thor
Heyerdahl, daban un manotazo en las narices a los “cuerdos” que, con tan
inexplicable empeño llevaban cientos de años negando que el hombre antiguo era
incapaz de manejarse con soltura en los océanos. Era una prueba más, también,
de que Colón no había sido el primero, y otro argumento más para plantearse una
revisión de ese pasado nebuloso lleno de incertidumbres y “leyendas”...
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