Hablamos de Stonehenge, pero podemos hablar de cualquier
monumento de ésos que conocemos como megalíticos. Se trata, quizá, de las
huellas más enigmáticas dejadas por el hombre antiguo, cuyos secretos siguen
ocultos, contrastando el silencio de la piedra que las compone con la
majestuosidad y dimensiones con que abruman a quien se acerca a ellas.
El secreto de Stonehenge, y del resto de los monumentos megalíticos, va más allá de todo lo que conocemos... |
Dicen los expertos que pudieron ser centros ceremoniales.
Como las catedrales, o los templos egipcios, o las pirámides de Centroamérica.
Puede ser, no vamos a ser nosotros quienes lo neguemos, pero sí que sería bueno
echarles un nuevo vistazo.
Porque como aquéllas, son construcciones enormes. Gigantescas,
muy por encima de las proporciones humanas. Toscas, inabarcables, construidas a
lo bestia. Uno ve esas rocas, de una pieza, sosteniendo, como en equilibrio, a
otra similar que reposa sobre ellas, y no puede evitar imaginar a un forzudo de
cuento manejándolas, con la negligencia de un niño, y distribuyéndolas de
cualquier modo.
¿Cómo pudieron erigir aquellos hombres tamaña bravuconada
arquitectónica? ¿Cómo, si hacemos caso a quienes nos los pintan como miembros
de tribus poco evolucionadas, habitantes de chozas que manejaban con torpeza el
fuego, podemos imaginar que lo lograron?
Seguirán planteándose hipótesis, y no se dará con la
solución. Por el simple hecho de que todos se equivocan. Hay algo en este
misterio que va más allá de lo que conocemos, que se hunde, por su propio peso,
en lo más profundo y primitivo del hombre.
Aquél –se ve a primera vista–, fue un esfuerzo desesperado.
Un mandato que iba más allá de las necesidades humanas. Llámenlo religión;
llámenlo simples supersticiones.
En el mismo corazón de Europa.
Desde el sur de Inglaterra, pasando por Francia, Alemania,
España, Baleares, Malta, Italia, Turquía… Los hombres sintieron, hace unos
cinco mil años aproximadamente, la necesidad de amontonar piedras inmensas.
Reunirlas en torno a círculos, crear atmósferas oscuras imitando a las cuevas
que les protegían.
¿Qué temían? ¿Qué trataban de evitar?
Lo que fuera, se los llevó para siempre o les hizo callar de
inmediato.
Aquellas ruinas lo atestiguan. Con su eterno silencio.
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