En 1958, el arqueólogo italiano Fabrizio Mori sorprendía al mundo
anunciando el hallazgo de una momia en
el corazón del desierto del Sáhara. De una momia, además, cuya datación era
imposible cuadrar con lo que hasta ese momento se sabía de momias, pues tenía
5.000 años de antigüedad, mil más que
las más antiguas que se habían hallado en Egipto.
El árido Sáhara, en el remoto pasado un vergel, oculta, bajo la ardiente arena, fascinantes misterios... |
Era, para mayor estupefacción de la comunidad académica, la momia de un niño
de piel negra, quizá procedente del sur del continente.
¿Qué se podía hacer con este hallazgo?
Evidentemente, suponía tener que
reescribir la historia. Los egipcios, desde luego, no habían sido los
primeros del continente en comenzar a practicar momificaciones. Quizá tampoco
los primeros en desarrollar allí, en aquella zona del mundo, una sociedad
avanzada.
Alrededor del hallazgo había
pruebas de una sociedad mucho más antigua y muy civilizada. Un pueblo que habitó no el desierto que
hay ahora allí, sino un clima menos riguroso, con lluvias, vegetación y ríos,
lagos, y todo lo demás. De ganaderos, pero también de comerciantes. Lo
suficientemente desahogados de la lucha contra la naturaleza como para dejar
constancia de obras de arte, pinturas y
bajorrelieves que aún pueden contemplarse en paredes de colinas y grutas.
El niño de Muhuggiag –como se conoce el hallazgo, por el lugar en que fue
encontrado–, es tan sólo una advertencia. Una pequeña muestra que ha salvado el
paso de los siglos. Pero, ¿qué no habrá
bajo las arenas del desierto, que en su momento fue un vergel? ¿Qué no en
otros lugar hoy verdaderamente inhóspitos, que en su momento pudieron ser
habitados?
En realidad, no somos más unos niños resabiados que se acaban de comprar un
telescopio. El Universo está lleno de
incógnitas, algunas que vemos y otras, la mayoría, que ni llegamos a
atisbar. Misterios que, como este hallazgo, o las inquietantes pinturas de Tassili, en Argelia, ponen nuestra
atención en ese remoto punto del planeta.
Por eso, por sorpresas gratas como ésta, la Arqueología es una ciencia tan
fascinante y, el pasado, el mayor misterio de todos…
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