En Enigmas Misteriosos e Inexplicables somos fans de Indiana Jones, como no podría ser de otra manera siendo, como somos, apasionados del misterio, la Arqueología y la aventura. Iniciamos hoy, con la semblanza de Giovanni Belzoni, una serie de retratos de aquellos aventureros que, con sus hazañas y trabajos, inspiraron la figura del inmortal personaje del sombrero y el látigo.
Giovanni Belzoni nació en
Padua (Italia) en 1778. Desde pequeño se le reconoció un espíritu inquieto, pero
su primer deseo fue convertirse en sacerdote. Quizá adivinaba que su futuro más
lejano se situaba en el interior de criptas oscuras, junto a figurillas
antiguas de santos y el olor enigmático del incienso…
Giovanni Belzoni (1778-1823) |
El carácter turbulento de
su época le llevó a tener que salir del extranjero. Allí, su descomunal físico
le condujo al circo. Fue uno de esos fortachones que, en siglos pasados,
exhibían su fuerza levantando pesas luciendo grandes bigotes y el torso
desnudo. Se paseó por Reino Unido, Francia, también España.
Entre actuación y actuación,
dicen, logró estudiar ingeniería e incluso desarrollar un invento que imaginó
podría llevarle a hacer una fortuna. Fue este ingenio el que lo llevó a Egipto.
Tratando de vender el chisme –todo un fracaso, por cierto–, contactó con gente
de las altas esferas.
En 1815, llegó a un
acuerdo con el cónsul británico en el país de los faraones para transportar un
coloso desde Luxor hasta Alejandría. Sería su primera actividad relacionada con
las antigüedades, la primera de una actividad intensa en torno al tráfico de antigüedades desde Egipto a Europa.
El tráfico de objetos arqueológicos, fuera cual fuera su tamaño, fue la principal ocupación de Belzoni durante su estancia en Egipto. |
Siguió en ello durante un
tiempo. Su fortaleza, su valentía, le convirtieron en el mejor de aquellos
saqueadores que expoliaron todo lo que pudieron, sin piedad alguna, en un tiempo en que la ley del
más fuerte era la única que imperaba en el negocio. Cabe imaginarle ataviado
con su ropa de color caqui, la camisa abierta a la altura del pecho sudoroso, y el revólver, cargado, al cinturón…
Algunos de sus
descubrimientos son exhibidos hoy en museos. Él mismo se encargó de mostrar
algunos de ellos en su vuelta a Europa, en una gira en la que aprovechó su experiencia como trabajador del mundo del espectáculo y el colorín.
Aprovecharía esos años de regreso para escribir un libro (hay
edición en castellano), en el que narra sus andanzas.
Tras su primer y único
viaje a Egipto no regresaría jamás. Moriría años después, en 1823,
durante una expedición a Tombuctú.
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