Por Gonzalo del Río
Platón lleva media historia de la humanidad volviendo locos a historiadores e investigadores aficionados con su mención, casi de pasada, a una Atlántida situada más allá de las columnas de Hércules. Según se extrae de sus afirmaciones, se trataría de una civilización perdida, avanzada, con una tecnología superior a la de su época.
Muchos han querido ver en Tartessos, y en los primeros pobladores del Occidente andaluz, a los protagonistas de aquellas leyendas. Según las últimas investigaciones, parece ser que todavía podría quedar restos de aquello en la costa de Doñana, no se sabe muy bien si entre las dunas, la vegetación del parque y las orillas del Guadalquivir, o si mar adentro, ocultos bajo las aguas. Por lo que parece, el nivel del océano podría haber crecido desde entonces, ocultando restos de aquellas ciudades y demás. Hay quien asegura –buceadores que han podido verlo con sus propios ojos–, que allí, en las costas de Cadiz y Huelva, hay, además de pecios hundido –más recientes en el tiempo– estructuras aparentemente geológicas que, en realidad, serían ruinas de edificios, recintos públicos, calles, monumentos, y todo lo que viene a determinar la existencia de una civilización antigua.
De demostrarse esto, estaríamos ante un hito arqueológico, comparable al descubrimiento, a mediados del siglo XX, de las ruinas de Troya. Manuel Pimentel, ex político y divulgador, ha dicho recientemente que, de haber sospechas de la existencia de la Atlántida en otro país, las autoridades y la sociedad entera del mismo se volcarían inmediatamente en el tema, dándole la relevancia y la importancia que merece. Esto, lamentablemente, no ocurre aquí. En España, el asunto pasa totalmente desapercibido. Cosas de locos, de conspiranoicos y gente rara y aburrida. El caso es que parece haber pruebas.
Al menos, de que el espíritu de los Atlantes, a los que Platón otorgaba muy buena consideración, no ha prosperado en sus presuntos descendientes.
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