Comenzamos este blog en la Isla de Pascua. Una isla del Pacífico, lo suficientemente lejana de cualquier lugar como para albergar cientos de misterios. El más conocido, el de sus Moai, sus estatuas gigantescas. Desde su colonización europea, los investigadores han intentado dar multitud de explicaciones a estas construcciones sin que ninguna, hasta la fecha, haya podido contentar a todos.
En su número de agosto, la edición española de la revista National Geographic publica la última teoría. Según se cuenta, los habitantes de la isla habrían desplazado a los gigantes de piedra desde la cantera original hasta su ubicación final, de pie –y no tumbados, sobre troncos, como se especulaba hasta la fecha-, ayudados de cuerdas y aprovechando el diseño del moai, pensado para poder mantenerse en equilibrio a la vez que se le arrastra cuesta abajo.
Se trata de una teoría original, que ha podido ser demostrada de manera experimental, y que deja para la posteridad bonitas ilustraciones que permiten imaginar a cientos de hombres en torno a la gigantesca piedra luchando, ayudados de cuerdas, de fuerza, de cánticos y demás –a la manera de los egipcios con las pirámides-, pero que sigue sin responder a cientos de preguntas.
Entre ellas, por qué precisamente allí, en el último rincón de la Polinesia, los hombres quisieron erguir aquellos dioses. Por qué aquel ansia de megalomanía, que según nos cuentan, llevó a la total deforestación de la isla, y más tarde a la merma de la población, por hambre y demás. ¿Fue puro egoísmo, una metáfora que nos cede la historia para aprender a cuidar el planeta? ¿O fue algo más? ¿Qué se niegan a contarnos aquellas bocas cerradas de los moais, aquellos rostros imperturbables de nariz afilada y ceño fruncido?
Habrá que esperar nuevas teorías, o dejar que vuele, como ha ocurrido en otras ocasiones, la imaginación.
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