Antes
de que nadie se llame a engaño, quiero aclarar que no le estoy llamando
estafador, ni nada parecido. Todo lo contrario. Fort merece todos mis respetos,
y si hablo de él como «inventor de lo sobrenatural» en el título de este
artículo –tomándoselo prestado a Jim Steinmeyer, autor del libro Charles Fort:
The Man Who Invented the Supernatural–, es, como en el caso citado, por
considerar que mucho o gran parte de lo que hacemos quienes nos consideramos
«aficionados al misterio» –la imagen que, por otra parte, tiene la sociedad en
general de estos asuntos (lo paranormal, lo extraño, lo misterioso)–, es
consecuencia directa, sin matices de ningún tipo, de lo que él nos legó a
través de su trabajo.
 |
Charles Fort (1874-1932), considerado por muchos como el padre
del estudio de las disciplinas paranormales |
Nacido
en 1874 en Albany, Nueva York, este curioso vocacional, novelista primero –como
muchos otros que le siguieron–, y coleccionista más tarde de todo lo que
llamaba su atención y le planteaba respuestas que nadie podía aclararle, pasó
gran parte de su vida adulta rastreando en bibliotecas de Estados Unidos y
Reino Unido en busca precisamente de eso, de ese tipo de cuestiones que hasta
ese momento habían formado parte, evidentemente, de la realidad humana, pero
que a partir de su búsqueda –y posterior recopilación a modo, como decíamos, de
coleccionista– comenzaron a formar parte de una disciplina autónoma, no del
todo reconocida por la ciencia –y en general, hay que decirlo, de la propia
sociedad– que hoy conocemos a través de muy diversas denominaciones.
A
través de sus libros, y principalmente del más exitoso y conocido de ellos El libro de los condenados, de 1919, la
sociedad de su tiempo tuvo noticia de un mundo que, como dice el anteriormente
citado Steinmeyer, estaba lleno de sucesos totalmente incomprensibles y fuera
de toda lógica, que la pujante ciencia, la responsable de ese magnífico
desarrollo que se venía produciendo en Occidente desde mediados del s. XIX, era
incapaz de explicar, y que de alguna forma –hoy todavía podemos verlo– la propia
sociedad, construida en base a esos supuestos científicos, oculta –o silencia,
para ser más exactos– al hombre medio.