lunes, 18 de enero de 2016

CHARLES FORT, INVENTOR DE LO SOBRENATURAL

Antes de que nadie se llame a engaño, quiero aclarar que no le estoy llamando estafador, ni nada parecido. Todo lo contrario. Fort merece todos mis respetos, y si hablo de él como «inventor de lo sobrenatural» en el título de este artículo –tomándoselo prestado a Jim Steinmeyer, autor del libro Charles Fort: The Man Who Invented the Supernatural–, es, como en el caso citado, por considerar que mucho o gran parte de lo que hacemos quienes nos consideramos «aficionados al misterio» –la imagen que, por otra parte, tiene la sociedad en general de estos asuntos (lo paranormal, lo extraño, lo misterioso)–, es consecuencia directa, sin matices de ningún tipo, de lo que él nos legó a través de su trabajo.
Charles Fort (1874-1932), considerado por muchos como el padre
del estudio de las disciplinas paranormales

Nacido en 1874 en Albany, Nueva York, este curioso vocacional, novelista primero –como muchos otros que le siguieron–, y coleccionista más tarde de todo lo que llamaba su atención y le planteaba respuestas que nadie podía aclararle, pasó gran parte de su vida adulta rastreando en bibliotecas de Estados Unidos y Reino Unido en busca precisamente de eso, de ese tipo de cuestiones que hasta ese momento habían formado parte, evidentemente, de la realidad humana, pero que a partir de su búsqueda –y posterior recopilación a modo, como decíamos, de coleccionista– comenzaron a formar parte de una disciplina autónoma, no del todo reconocida por la ciencia –y en general, hay que decirlo, de la propia sociedad– que hoy conocemos a través de muy diversas denominaciones.
A través de sus libros, y principalmente del más exitoso y conocido de ellos El libro de los condenados, de 1919, la sociedad de su tiempo tuvo noticia de un mundo que, como dice el anteriormente citado Steinmeyer, estaba lleno de sucesos totalmente incomprensibles y fuera de toda lógica, que la pujante ciencia, la responsable de ese magnífico desarrollo que se venía produciendo en Occidente desde mediados del s. XIX, era incapaz de explicar, y que de alguna forma –hoy todavía podemos verlo– la propia sociedad, construida en base a esos supuestos científicos, oculta –o silencia, para ser más exactos– al hombre medio.


Tenía que llegar alguien como Fort, alguien procedente de un ámbito ajeno a la ciencia –que la aborda como cualquiera de nosotros, desde la propia experiencia, los libros o los medios de comunicación de masas– quien inaugurara este afán recopilatorio, este interés que hasta entonces andaba perdido, disuelto en pequeñas anotaciones marginales de las grandes disciplinas, anecdotarios o tradiciones orales, que nadie se había tomado la molestia de tomar en serio.


Charles Fort pasó gran parte de su vida en bibliotecas de EE.UU. y Reino Unido
recopilando datos e informaciones sobre hechos extraños o sobrenaturales.

Antes que Fort había espiritistas. Había creyentes en todo tipo de doctrinas y, por supuesto, amantes de las leyendas, curiosos –muchos de ellos novelistas, o poetas–, y simples tarados dispuestos a creerse cualquier cosa. Había memoria de hechos sorprendentes, monstruos que acechaban en la noche, fantasmas, y opiniones que rechazaban todo ellos desde el punto de vista de la ciencia, y quienes se sumaban a su defensa a ultranza desde el lado contrario, el de la mera superchería. Fort quiso ser una especie de nexo de unión. Quiso decir al mundo, desde su excéntrica erudición –si puede haber un tipo de erudición que no lo sea– que tomarse en consideración este tipo de cosas no es asunto de estúpidos, ni mucho menos. Con sus fallos, sus pequeñas inexactitudes, o errores, trató de abordar el tema tal y como algunos seguimos queriendo hacer, no como una forma de criticar el dogma –que a veces se hace necesario– ni como una manera de rechazar el método que, hasta que se demuestre lo contrario –hablo del método científico, claro– es el único capaz de hacernos comprender realmente lo que nos rodea, sino simple y llanamente como una manera de dejar claro –a la ciencia y a quien sea– el hecho de que seguimos siendo poca cosa en medio del Universo, y que nuestra mente, nuestro entendimiento con todas sus sofisticadas herramientas, tiene aún mucho trabajo por delante. Sigue habiendo misterios, en definitiva; asuntos sin explicación cuya realidad, al menos, es patente, demostrable. 
El legado de Fort comprende numerosos libros, no demasiado fáciles de encontrar en español –salvo honrosas excepciones, creo, argentinas–, y sobre todo miles de páginas no escritas por él pero desde luego sí inspiradas, y que pueden rastrearse en todo lo que a lo largo del s. XX y lo que llevamos de XXI  ha sido escrito en torno al fenómeno OVNI, los fantasmas, la criptozoología y demás, así como lo que podemos encontrar en materia de literatura fantástica y afines, con grandes precursores del género tales como H.P. Lovecraft –que consideraba a Fort como un maestro– o Philip K. Dick, entre otros. Por no hablar de Pauwels y Bergier, los de El retorno de los brujos, y lo que ello implica.
Un maestro al que debemos de rendir tributo, en definitiva, y leer aunque sea de vez en cuando.

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