Este artículo se lo dedico a un amigo que, no hace mucho, me planteaba una duda en relación al posible vínculo que podían tener mis reyes de Asturias ‒el tema que trato en la segunda parte de mi Reconquista Mágica: Los reyes magos de Asturias y la conspiración del Campus Stellae‒ y los reyes magos de Oriente.
La adoración de los magos (que no reyes), por Cristóbal de Villalpando (1683) |
Yo le contestaba rápidamente que no había, en principio, ningún vínculo, que se trataba de una coincidencia en el nombre porque ambos, en parte según la tradición y en parte según a mis hipótesis, eran reyes, estaban al frente de un reino, y eran magos porque practicaban la magia.
Luego, ahondando sobre el tema, me he dado cuenta de que se pueden encontrar más semejanzas.
Voy a centrarme en los reyes magos de Oriente, los del Nuevo Testamento.
Para empezar, y según la fuente oficial, la del evangelio de Mateo, aquellos magos que acuden a presentar sus respetos al recién nacido mesías, al niño Jesús, no son reyes.
No se les presenta como tales, al menos, sino como magos que llegan desde Oriente guiados por una estrella.
Según el citado evangelio, se presentan ante Herodes, en Jerusalén, y le explican al rey de los judíos su objetivo. Aquel, celoso del nacimiento de aquel que viene, en teoría, a sustituirle, comienza a conspirar y les pide a los magos que, una vez encuentren al niño, vayan a informarle al respecto.
Ellos, guiados por un sueño, terminan por obviar aquella petición.
Se encuentran con Jesús, se postran ante él y le ofrecen sus regalos, sus presentes: oro, incienso y mirra.
La tradición posterior, como decimos, ha querido ampliar esta breve historia con numerosos añadidos e invenciones.
El número tres, nos dicen, corresponde efectivamente al número de regalos ‒a esos tres presentes‒ pero no al número de “reyes magos” que aparecen en Belén, cuyo número Mateo no especifica. No se aclara su origen, sino que simplemente se dice que vienen de Oriente.
Investigadores posteriores han querido ver en esta historia un mero símbolo de sumisión: la de la sabiduría antigua, oriental, concretamente la de los magi persas a la nueva religión, la representada por Jesucristo.
Aquellos magi eran una casta sacerdotal del antiguo imperio de los medos, mencionados por Herodoto en sus escritos y cuyo nombre sirvió a los griegos para nombrar esa ciencia misteriosa de quienes, al margen de la religión oficial, pueden manipular el curso natural de las cosas y los acontecimientos.
El hecho de que esos magos del Evangelio acudiesen a Judea guiados por una estrella puede ser una referencia directa a los magi, cuyo conocimiento astronómico era ampliamente reconocido.
Dicen esos mismos investigadores que lo de identificar a esos magos como reyes fue algo que surgió en la Edad Media producto de la necesidad de elevar el prestigio de los reyes feudales, atenuar quizá el de los magos, un elemento extraño dentro de esa forma extrema de entender el cristianismo en aquellos años y su objetivo de demonizar toda aquella magia que quedara fuera del ámbito de acción de los magos oficiales: los sacerdotes.
Y es ahí donde encuentro yo la conexión con los reyes magos de Asturias.
¿Qué relación existe entre los reyes magos de Asturias y los reyes magos de Oriente del Nuevo testamento? |
Ambos pueden ser entendidos como una especie de mito; un intento desde quienes fabrican la historia oficial ‒llámense evangelistas o historiadores‒ por elevar el prestigio de quienes les pagan, de quienes ejercen de mecenas, por encima de algo ‒en este caso, los magos‒ que les resulta incómodo.
Estoy de acuerdo en que en el caso de los reyes magos de Oriente y su visión actual, al menos en los países de habla hispana ‒algo que no es casual, como podrán entender‒ se trata de una invención, un maquillaje puramente medieval.
Como en el caso de los de Oriente, los cronistas que nos hablan de los reyes de Asturias nos hablan en clave de lo que fueron simples, o no tan simples, magos; sacerdotes heterodoxos de una religión ya perdida, extinta, derrotada por las fuerzas monoteístas de las que hablo en mi libro, y de las que muy pronto ‒o eso espero‒ volveré a hablarles largo y tendido…
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