Hay
que reconocer que en cuestiones sobrenaturales, cuando hablamos del Caribe,
Haití se ha llevado la palma. No vamos a entrar aquí en analizar las
circunstancias que han llevado a esto, y que seguramente tienen mucho que ver
con la dictadura de Papa Doc y la historia de aquel país, pero sí que merece la
pena reivindicar el folklore de algunos otros rincones de aquella maravillosa
parte del mundo que tras la conquista española se convirtió en un auténtico
cruce de caminos, punto de fusión y mezcla de tradiciones procedentes de
África, otras que ya se encontraban allí, en América, y las procedentes del
continente europeo.
En
Jamaica, un país que, como Haití, tiene un pasado turbulento marcado por la
piratería, la trata de esclavos y la pugna entre las grandes potencias de los
siglos pasados, la magia y la superstición forman parte de su cultura y
tradiciones, a veces mucho más presentes en la actualidad de lo que cualquiera
podría pensar.
Comparte
con otros países caribeños la presencia habitual de un tipo de fantasmas
conocidos como “duppies”. “Duppy”, en singular, viene a referir al espíritu de
un familiar o un amigo fallecido que por cualquier motivo no ha logrado
alcanzar la paz, y que se nos presenta en sueños o a través de algún tipo de
señal para informarnos o advertirnos de algo que nos acecha, bueno o malo.
Pueden atacar en ocasiones, y para ello la tradición cuenta con diversos
métodos de repelerlos, como la ingesta de sal ‒que les desagrada enormemente‒ o
lanzarles algún tipo de maldición. También funciona a veces mostrarles nuestros
propios genitales.
Otro
de los personajes del folklore jamaicanos, mucho más negativo y peligroso que
los “duppies”, son los “Rolling Calves” o “Ganado errante”. Se trata de
espíritus, también, pero de personas fallecidas que en vida cometieron algún
terrible crimen. Se los distingue por su forma animal; curiosamente adquieren
la fisionomía de una especie de cabra o ternero musculado y de tamaño grande, que vaga
por los bosques mostrando unos ojos rojos relampagueantes y haciendo sonar una
cadena que lleva atada al cuello. Son entes peligrosos; suelen encontrarse en
los caminos, taponando el paso a los caminantes, de noche, y hasta inician
peligrosas persecuciones que pueden acabar en la muerte de la víctima. Es difícil
repelerlos, aunque puede conseguirse caminando hacia un cruce de caminos ‒un
lugar mágico la mayoría de las veces, sobre todo en la cultura africana‒ o
clavando un cuchillo en la tierra…
Hay
brujas, también, que forman parte de la tradición jamaicana, y ninfas del agua
que, como en la tradición occidental, utilizan su belleza y encantos para
hechizar y llevarse a los incautos hacia su reino bajo la superficie de ríos y
estanques.
Los bosques, ríos y montañas de Jamaica, morada de múltiples e inquietantes leyendas... |
Las
primeras son las llamadas Ol´Hige, que adoptan forma de lechuza y mudan la piel
en lo que nos parece un sincretismo absoluto entre la serpiente y el mochuelo
de Atenea, ambos símbolos, en occidente, de la sabiduría oculta. Las segundas,
conocidas como “River Mumma”, algo así como “la mamá del río”, marcan zonas de
los cursos de agua especiales, donde los peces ‒que son considerados hijos de
este ente‒ no se pueden comer. Tientan a sus víctimas con su peine de oro, el
mineral sagrado de los dioses, que tiene también, a través de otra leyenda,
cierto protagonismo en la cultura sobrenatural de aquel país: la leyenda de la
Mesa de Oro.
Es,
también, una leyenda oscura, que refiere la aparición en un río concreto del
país, el Río Cobre, de una mesa de oro que durante la mayor parte del tiempo
permanece sumergida, bajo las aguas, para tentar, también, a quienes se acercan
a esa zona, y de esta forma engañarles y llevárselos al fondo del cauce como
castigo.
Según la periodista jamaicana Didi Beck, esta leyenda y la de River Mumma tienen un
origen común en el largo periodo de esclavitud que vivió el país durante
siglos.
Parece
ser que en ese río, el río Cobre ‒donde ambas leyendas tienen más fuerte
arraigo‒ existe un importante puente que fue construido con mano de obra
esclava, y en el que murieron cientos de trabajadores ‒cientos de esclavos‒,
víctimas del duro trabajo y del trato abusivo de sus capataces. Aquel dolor,
aquella angustia, quedó grabada en aquellas gentes, que han decidido mantenerlo
‒tal vez para no olvidarlo‒ a través de aquellas leyendas, que mantienen
alejados a los curiosos, a los no advertidos, de la fuerte carga emocional y,
quién sabe, tal vez también sobrenatural, que tienen aquellas aguas malditas…
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