Aquellos siglos de la Inquisición tuvieron que ser muy
divertidos. No para los inquisidores, que debieron de tener mucho trabajo, pero
sí para el resto.
Los que están en el poder no gastan esfuerzos si no es
para devolver a las ovejas perdidas a su redil. Cuando todos obedecen, no hay
persecuciones, pero cuando se desbandan…
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Inquietante imagen de un akelarre vista por el genial Goya. |
En Zugarramurdi, Navarra, aquel año 1610, tuvo que haber
buenas fiestas. Buenos aquelarres, como dicen las crónicas que aseguró una
joven, que dijo haber participado en ellas.
El lugar, todavía hoy, parece conservar en el ambiente parte
de aquella leyenda. Esa cueva enorme, como una gigantesca capilla pétrea, tuvo
que haber sido escenario de inquietantes rituales –inquietante, aquí, no quiere
decir malos– desde tiempos inmemoriales.
Las brujas, como dijo la joven, probablemente volaran. Hubo
muy seguramente gritos, cánticos y danzas, y otras cosas igual de prohibidas.
Aquello debió de ser grande, sí señor, hasta que las autoridades competentes no
pudieron hacer más que cerrar el chiringuito…
Arrasando con todo, dicen los documentos de la época. Un enorme
proceso, que acabó con encarcelamientos, torturas, y la más que clásica quema
de condenados. El aviso era para el resto, para los más obedientes: más os vale
no saliros del tiesto.
Si atendemos a lo que dicen los expertos, España no se
destacó, por número, en cantidad de ajusticiados por la Inquisición. Dicen que,
pese a la leyenda negra, la palma se la llevaron otros países Europeos. Habría
que ver, claro, si en las estadísticas se cuentan las víctimas de las colonias,
que en su momento también fueron España o algo parecido, y comprobar si sigue
siendo igual de cierto.
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Las brujas, ¿símbolo de disidencia? ¿Simple chivo expiatorio de una sociedad en transformación? |
Podemos ver aquel caso como parte de los acontecimientos
políticos de la época. Un rey, Felipe II, tratando de demostrar al mundo su
poder, el poder de la por entonces amenazada cristiandad. También como parte de
un proceso más extenso en el tiempo, que se remonta a los primeros
predicadores, aquellos que arrasaron –no somos aquí nadie para juzgar si
positiva, o negativamente– con todas las creencias anteriores –paganas, dirían
ellos–, sustituyendo antiguos credos con otros diferentes, lejanos, y, eso sí,
maleables.
La difusión de la imprenta, la mejora de las comunicaciones,
el descubrimiento de América y otras muchas cosas más, debían tener por
entonces muy nerviosos a los que mandaban. Tanto como para no andarse con remilgo, arremetiendo contra todo, incluso con cosas que quizá estaban asimiladas, totalmente aceptadas, y que se celebraban libremente,
escondidas bajo cultos pretendidamente oficiales, como las romerias, o el carnaval... La noche, el bosque, las
hogueras, fue en ese caso algo imperdonable. Y para quienes aún dudan de que
existan las conspiraciones, ahí un ejemplo de hace cuatro siglos.
¿Qué no manipularán ahora, con gente atada al consumo,
alelada por una ciencia y una tecnología que no comprenden?
Callemos y oremos, pues, antes de que nos cacen y enciendan
la pira…
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