En octubre de 2005, el investigador bosnio Semir Osmanagich sorprendía al
mundo al descubrir la existencia de una gran pirámide en el corazón de Bosnia
Herzegovina, a unos kilómetros de su capital, Sarajevo. Según sus cálculos, la
pirámide, de 213 metros de altura, podría tener 14.000 años de antigüedad y estar
rodeada de varias pirámides más pequeñas.
La noticia, más que sorprendente, ha estado rodeada de polémica desde el
principio. Para científicos y escépticos, la pirámide no es más que de una
montaña con forma piramidal, un efecto óptico que se produce al mirarla desde
un determinado ángulo. Una formación geológica curiosa, nada más. Para
Osmanagich, sin embargo –cuyos estudios han sido apoyados desde el principio
por el gobierno Bosnio– los hallazgos realizados en el entorno no dejan lugar a
dudas: se trata de una pirámide comparable a las que pueden encontrarse en
Egipto o Mesoamérica.
Incluso va más allá, y habla de la construcción como de una especie de
catalizador o generador de energías cósmicas, tal y como se viene especulando
desde hace años en torno a las pirámides que existen en todo el mundo.
En cualquier caso, parece ser que las excavaciones que se están llevando a
cabo en el torno de la pirámide hablan de una civilización muy avanzada, capaz
de erigir pirámides y de otros logros técnicos de cierta envergadura. Como esferas de piedra similares a las encontradas en Costa Rica o Méjico...
Todo está por ver, pues se trata aún de unos trabajos muy recientes. En
arqueología, como en otras ramas de la ciencia, es necesario mucho tiempo y
mucha paciencia para obtener resultados fiables. A veces, tras la
grandilocuencia de los titulares no hay nada. Podría ser que no hubiera
pirámide, y sí ganas de manipular el pasado –como ha ocurrido otras veces– a
favor de la ideología. También podría ser lo contrario, y en ese caso,
tendríamos que cambiar nuestra concepción del pasado.
¿Quién sabe lo que oculta el suelo que pisamos? A veces una simple montaña
es algo más…
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