El siglo XIX era
la época. El mundo occidental estaba iniciándose en la era de los avances tecnológicos,
y estaba muy en boga el surgimiento de nuevas disciplinas de conocimiento que
adoptaban el modelo científico. La ciencia, además, había comenzado a cuestionar
de verdad, con sus descubrimientos, los postulados de las religiones, y había
un hueco que cubrir respecto a los grandes interrogantes de la existencia.
Arthur Conan Doyle dedicó parte de su vida a divulgar y promover el Espiritismo. |
Doyle, médico de
formación y profesión (aunque no muy militante), sintió, tras la muerte de uno
de sus hijos, la necesidad de comunicarse con el más allá. El espiritismo, por
aquel tiempo muy popular en Europa, estaba ahí para ayudarle. El agradecimiento
haría, después, que dedicara su vida y su talento a la divulgación y defensa de
estos nuevos conocimientos.
Durante los
últimos años de su vida, el creador del inmortal Sherlock Holmes vivió volcado
en la disciplina. Ofreció multitud de conferencias, escribió tratados, y actuó
como un auténtico converso convencido.
Creía en el Espiritismo como en una religión. Testigo de ello son sus obras “El país de las
brumas” o “La nueva revelación”, donde aborda el asunto con seriedad y
vehemencia.
Como en el
Drácula de Bram Stoker, y más concretamente en las figuras de Van Helsing y del
doctor Sewald, hay en Doyle un esfuerzo por creer en el más allá, frente al
materialismo imperante del mundo que le rodea, ávido de tecnología y razón. Es,
en palabras de Antonio Ballesteros Gonzalez, prologuista de “El país de las
brumas”, (editado en España por Jaguar), una especie de grito o protesta “contra el
exceso de escepticismo y materialismo que predomina en la época”.
Se dice en este
mismo prólogo que Doyle había rechazado en su juventud lo esotérico. Que se había
mostrado combativo contra todo eso que muchos tachan de supersticiones.
Parece claro que,
como en muchos de nosotros, existía en el genial escritor una lucha interior a
muerte entre dos caras de la misma moneda, razón e imaginación, que se habrían
materializado, en su caso, en la creación de dos personajes, en principio,
antagonistas: el Profesor Challenger y Sherlock Holmes.
De momento, la
batalla de la inmortalidad la lleva ganada Sherlock Holmes. Pero la eternidad
es muy larga, y no debemos descartar que aquella última creación, Challenger,
pueda ganarle la partida al de Baker Street.
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