Cuentan las viejas crónicas que la piedra sobre la que la tradición ordena coronar a los reyes de Gran Bretaña fue robada a los escoceses por el rey Eduardo I en 1296. Fue durante un saqueo; la piedra ‒un simple bloque de tierra arenisca con una cruz latina tallada en una de sus caras‒ guardaba, según los antiguos, ciertas propiedades mágicas, y es, desde luego, uno de los objetos de poder más sagrados de las islas británicas, además de tener detrás una historia apasionante y llena de enigmas…
La Piedra del Destino en su ubicación, durante siglos, bajo el trono de coronación de la abadía de Westminster... |
Durante siglos, y mucho antes de aquel robo perpetrado por los ingleses, la piedra había sido utilizada por generaciones de reyes escoceses para su coronación. Decía la leyenda que era una piedra que gemía, que emitía un grito cuando se sentaba sobre ella un aspirante al trono que no era el adecuado.
Su origen, sin embargo, estaba fuera de Escocia.
Parece ser que había sido traída, a su vez, de Irlanda, en el siglo IX, durante una de las guerras entre los antiguos escoceses y los habitantes de la isla esmeralda. La leyenda de aquella isla la vincula con los a la mítica estirpe de los Tuatha Dé Danann, aquellos misteriosos magos que luego acabarían siendo alzados a la categoría de dioses, y que procedentes del norte de Grecia –algunos creen que de Iberia‒ habían conquistado el país en tiempos remotos.
Para el historiador inglés afincado en España Mark Guscin, la leyenda entronca más bien con con el famoso betilo bíblico ‒la piedra de Jacob, la del relato del Génesis‒; las pistas en torno a esa misma leyenda remiten a Oriente, a un origen en la tierra hebrea, que por mediación de los fenicios y sus viajes en la Antigüedad le hubieran llevado a terminar por alcanzar las costas de Irlanda.
Parece que algunos textos la sitúan en algún momento del pasado en La Coruña, donde el investigador sitúa una colonia, precisamente, de los fenicios.
En 1950, un grupo de estudiantes escoceses la robaban de la abadía de Westminster con el fin de devolverla a tierras escocesas. Era un acto reivindicativo, de nacionalismo escocés, que terminaba cuatro meses después con la intervención de la policía y la sospecha de que la piedra, que al parecer se había dañado durante aquella aventura, había sido, en realidad, sustituida por otra parecida para dar esquinazo a quienes consideraban sus ilegítimos propietarios.
No era la primera vez que sobre la piedra caía una sospecha similar.
Había quien pensaba que la que se había llevado Eduardo I en el siglo XIII ya se trataba de una falsificación realizada por los monjes de la abadía escocesa de Scone, de donde era sustraída en aquella ocasión.
No debía de ser muy falsa, sin embargo, por el empeño que Winston Churchill puso en su protección durante la Segunda Guerra Mundial.
Parece ser que el primer ministro se cuidó bastante de mantenerla oculta de los nazis, y durante el tiempo en el que se estuvo temiendo una invasión de la isla, dicen los investigadores, fue convenientemente oculta, enterrada, en la abadía de Gloucester.
Hoy en día, y desde 1996, puede ser visitada junto a otras reliquias nacionales en la ciudad escocesa de Edimburgo. El gobierno británico la devolvió a Escocia con la condición de que se le permitiera usarla en Londres en la próxima coronación real.
Tal vez entonces, con el futuro rey inglés sobre ella, sepamos, si vuelve a gemir como cuentan las crónicas, que se trata de verdad de la mítica piedra de las leyendas y no una simple falsificación…
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