El
mundo está lleno de curiosas historias. La vida, en ocasiones, parece una
novela de misterio; hay por todas partes argumentos para retorcidos thrillers
históricos y material para libros y libros sobre curiosidades forteanas y
sucesos sin aparente explicación. Dejen que les contemos uno de ellos.
¿Qué misterio se esconde detrás de estos inquietantes mini ataúdes encontrados en una cueva de Edimburgo en 1836? [1] |
Tenemos
que viajar hasta 1836, y asistir al extraño hallazgo que un grupo de jóvenes
realiza en el verano de aquel año en una cueva situada en los alrededores de
Edimburgo.
17
ataúdes minúsculos, de madera, de unos diez centímetros de longitud, con
extrañas figuras de madera dentro, representando a hombres de ojos abiertos y
rostro sereno, e incluso sonriente, ataviados con ropa de tela basta.
Se hallaban,
como decimos, en el interior de una cueva situada en la ladera de una de las
montañas que rodean la ciudad escocesa. La entrada de la cavidad ‒que era
pequeña‒ había sido cuidadosamente cubierta por planchas de pizarra, y los mini
ataúdes dispuestos en 3 filas de número desigual: dos de ellas con ocho ataúdes
en cada una, y una tercera con uno solo.
La
prensa local, entusiasmada e intrigada por el hallazgo, comenzó a especular de
inmediato.
La primera
hipótesis sobre los ataúdes fue la de que pudiera tratarse de algún tipo de
ritual pagano ‒de brujería‒; la zona había sido históricamente activa en este
sentido; miles de mujeres habían sido condenadas por tribunales religiosos a
causa de sus prácticas mágicas y aquel extraño dispositivo parecía reunir las
condiciones precisas de un ritual de este tipo; de magia negra o de encantamientos
destinados a hacer daño a alguien en concreto, mediante el uso de esas pequeñas
representaciones, esos extraños muñecos muy parecidos a los que se usan en la
religión vudú.
Pero
claro, enseguida surgieron expertos recelando de esta teoría por el aspecto,
precisamente, de los muñecos. No había en sus pequeños cuerpos daños, restos de
mutilaciones; ningún tipo de elemento que pudiera hacer pensar que estuvieran
allí con el fin de dirigir a distancia el mal sobre una víctima de carne y
hueso.
Su
aspecto ‒dirían‒ era más bien sano ‒como hemos dicho, en algunos de ellos incluso
sonriente, y siempre con los ojos abiertos‒ y la teoría, la idea que comenzó a
ganar más fuerza entre los expertos fue la de que respondieran a una vieja
tradición local ‒también pagana, de algún modo‒ de servir como enterramientos
simbólicos para aquellos desdichados que hubieran muerto lejos del hogar ‒en el
mar, por ejemplo‒, de manera que obtuvieran así su merecido descanso eterno.
Hacia
los años noventa del siglo pasado, esta misma teoría fue utilizada por dos
investigadores para concluir, en base a determinados indicios, que los ataúdes
podían haber sido colocados allí por los célebres ladrones de cadáveres William
Burke y William Hare.
Primera edición de "El ladrón de cadáveres", el relato de R. L. Stevenson en el que se narra una escalofriante historia inspirada en el caso de Buke y Hare... |
Según
esta hipótesis, los dos criminales ‒que se habían enriquecido a comienzos del
siglo XIX a través de la venta de cadáveres para uso médico, la mayoría de
ellos obtenidos por medio del asesinato‒ habrían tratado de calmar su mala
conciencia respecto a las víctimas con la creación de este enterramiento simbólico,
que favoreciera su llegada al paraíso sin mutilaciones de ningún tipo (en
aquella época se pensaba que las mutilaciones en los cadáveres provocaban esta
consecuencia en el otro mundo, y de ahí que muchos criminales fueran mutilados
tras su ejecución).
Sin
embargo, y aunque la fecha estimada de los mini ataúdes ‒hacia principios del
s. XIX‒, y el número de ellos ‒17‒ coincidía con el periodo de actividad de
estos delincuentes, así como con el número exacto de víctimas que habían
causado, había grandes huecos en la teoría; muchas dudas al respecto.
No
había, por ejemplo, una sola mujer representada dentro de los mini ataúdes ‒cuando
había varias entre las víctimas de Burke y Hare‒, y no parecía fácil cuadrar
con la personalidad psicópata de estos dos delincuentes una acción de ese tipo,
piadosa y hasta cierto punto sensible.
Pero
el mayor misterio de todos, el que de verdad terminaría por encender la
imaginación de los investigadores y hacer de este enigma algo único ‒digno,
como decíamos al principio, de una novela de misterio‒ es el nuevo ataúd que,
en diciembre de 2014, llegaba al museo de Edimburgo en el que se exponen 8 de
aquellos cofres encontrados en 1836.
Venía
acompañado de una nota anónima que daba a entender que pudiera tratarse del 18º
de aquellos cofres; también una cita escrita del relato de Robert Louis
Stevenson, El ladrón de cadáveres,
que había sido inspirado por el caso de Burke y Hare, y que relataba, con la maestría
del gran Stevenson, ese terrorífico e inquietante episodio de la historia de
Escocia.
¿Cuál
era realmente el propósito de aquellos enigmáticos cofres? ¿Se trataba de
paganismo, de brujería, o de la extravagancia de unos vulgares criminales del
s. XIX arrepentidos de sus fechorías?
¿Quién
es el autor de ese último ataúd aparecido en pleno siglo XXI? ¿Podría llevarnos
su pista a la resolución final del caso?
No
sé qué opinarán ustedes, pero a nuestro juicio es lícito volver a afirmar lo
mismo que afirmábamos al principio: la vida, en ocasiones, parece una novela de
misterio…
[1]© Copyright kim traynor and licensed for reuse under this Creative Commons Licence.
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