Aplicar
el concepto de modernidad al término «caza de brujas» nos suena extraño, tan
extraño y curioso ‒y tal vez absurdo‒ como hablar de modernizar la monarquía o
hablar de neoliberalismo. Se trata del mismo concepto, y el adjetivo «moderno»
viene a indicar aquí proximidad, esto es: que hablamos de un fenómeno cercano en el
tiempo. Nada más.
Las
cazas de brujas fueron célebres entre los siglos XVI y XVII ‒también en el
siglo XX, en la puritana Estados Unidos de después de la Segunda Guerra Mundial‒
en Europa, y particularmente en los países protestantes, por mucho que luego se
haya querido embadurnar de leyenda negra a España, donde carecemos de voluntad
a largo plazo y de tesón o sistema, siendo, como somos, una sociedad de
espíritu anarquista.
Pero
vayamos a nuestro tema. Hay, en el mundo de hoy, numerosas sociedades en las
que sigue practicándose la persecución de la brujería. Países que, bien entrado
el siglo veintiuno, se siguen organizando para luchar contra la superstición y
la práctica de la magia que, lógicamente, no ha logrado erradicar aún la
ciencia. Decimos lógicamente porque hablar de magia es hablar de algo inherente
al ser humano, que surge espontáneamente y que se sostiene en nuestro cerebro a
raíz de todos esos misterios que nos siguen rodeando y que la ciencia es
incapaz de explicar, y que por tanto seguirá entre nosotros por mucho tiempo,
libre en nuestro razonamiento o constreñida, en el peor de los casos, por la
educación y el empeño igualitario ‒o totalitario‒ de los sistemas modernos de
educación.
No
obstante, hemos de decir en honor a la verdad que las modernas cazas de brujas
tienen lugar en países del denominado «Tercer Mundo»; países como Ghana, donde
incluso siguen existiendo campos de prisioneros repartidos por todo el
territorio para el encarcelamiento de practicantes de brujería. Hasta 1.100
personas había en 2014 en estos campos ‒cuya antigüedad es de cientos de años‒,
y aseguran determinados organismos internacionales que muchos de ellos, de los
prisioneros, acaban muriendo allí, mientras otros ‒la mayoría‒ acaban saliendo
pero sólo para llevar una vida, una existencia, condenada a la marginalidad.
Otro
de estos países es Gambia. La incluimos en este artículo por la caza de brujas
que ordenaba su ex presidente, Yahya Jammeh, en el año 2009. Según Amnistía
Internacional, miles de personas fueron detenidas ilegalmente entonces,
conducidas a centros secretos de detención del gobierno y obligadas, allí, a
ingerir un bebedizo elaborado con hierbas para que confesaran su implicación en
actos de brujería. Parece ser que sólo dos personas acabaron falleciendo a
causa de las torturas, pero se calcula que fueron mil las sometidas a estas
detenciones y vejaciones en un país que, en general, parece tener un perfil
bastante bajo en materia de derechos humanos.
Otro
es Kenia, de larga tradición de lucha contra la brujería. En marzo de 2008, una
masa enloquecida rodeaba las casas de once personas, hombres y mujeres, en la
región de Kisii, y tras sacarlas a la fuerza de sus casas les prendía fuego en
plena calle como castigo por su implicación en actos de brujería. Los agresores
les acusaban de formar parte de un colectivo organizado, que se reunía
periódicamente y que incluso elaboraba listas de víctimas sobre las que tenían
planes de hechizos en el futuro.
Fuera
de África, encontramos casos recientes de cazas de brujas en India y Nepal,
donde más que casos aislados se trata de una práctica común que perdura en la
actualidad. En India, el problema llega a tal extremo que hay regiones donde la
caza de brujas ‒que principalmente afecta a mujeres‒ ha provocado, a su vez, un
problema de orfandad en las calles de sus pueblos y ciudades, mientras que en Nepal, donde las afectadas
son también mujeres, sobre todo de clase baja, existe siempre mayor
probabilidad de que la víctima salga con vida de las torturas y los horribles
castigos que les infringen las masas enloquecidas.
También
hay caza de brujas en el mundo musulmán, concretamente en la poderosa y potente
‒económicamente hablando‒ Arabia Saudí. Existe una ley, incluso, que la
condena, y una policía religiosa dedicada a perseguir estas prácticas, que en
fechas tan recientes como 2012 han llevado a los tribunales a personas acusadas
por brujería.
Leyes
de este tipo han existido también en Papúa Nueva Guinea hasta el año 2013,
condenando expresamente la magia negra aunque admitiendo, curiosamente ‒y
regulando‒ la práctica de la magia blanca, concretamente aquellas disciplinas
tradicionales encaminadas a la cura de enfermedades.
En
Indonesia, o Camerún, la caza de brujas ha sido el desencadenante de
determinados episodios particularmente violentos ‒ambos son países con larga
tradición de hechicería y brujería‒ pero destaca, por encima de todos, el caso
de Tanzania. Se estima que 20.000 personas han podido ser asesinadas allí en
este contexto tan sólo en el siglo veintiuno; aunque muchas de estas cacerías
fueron alentadas desde los gobiernos locales, otras muchas surgieron
espontáneamente por parte de los vecinos de las víctimas, entre las que
frecuentemente se encuentran homosexuales, que de esta forma, por lo que
revelan las estadísticas, suelen convertirse en chivos expiatorios dentro de la
locura de estas orgías vengativas y sangrientas…
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