por Marcus Polvoranca
No
es la primera vez que me encuentro con este tipo de testimonios. Lo curioso de
este caso es que no los buscaba de ninguna forma, y que vinieron a mí por
casualidad.
Fue
leyendo uno de esos libros que tanto me fascinan ‒sobre viajes por el mar,
aventuras solitarias, gente valiente enfrentándose a lo imposible‒ que apareció
de repente, reafirmándome en la idea de que el misterio nos acecha en cada
esquina.
Un libro apasionante, que narra un viaje épico, todo un hito en su época, con más que inquietantes anécdotas... |
En
él narra su aventura en solitario alrededor del mundo, en un pequeño yate, por
una de las rutas más peligrosas que ofrecen los mares, la que lleva a recorrer
el Atlántico Sur, luego el Índico, y el Pacífico, para terminar cruzando de
nuevo Atlántico por el peligroso y legendario cabo de Hornos.
Llena
de peripecias, y de imágenes poéticas, y apasionantes, recoge también algunos
hechos asombrosos e inexplicables que tuve a bien apresurarme a subrayar, y que
resumo a continuación, con el permiso del señor Dumas.
Relata,
por ejemplo, cómo en una ocasión, estando en la noche oscura del océano ‒creo
que se trataba del Atlántico‒ una extraña premonición le hace salir de la
cabina ‒sin haber escuchado un solo ruido, ni nada‒ para toparse de repente con
un barco de guerra ‒estamos en plena Segunda Guerra Mundial‒ en un hecho
completamente anecdótico, raro, que le sorprende: «…es una de las tantas cosas
extrañas que le suceden a los hombres de mar…», dice, «…como presentimientos
inexplicables o que escapan a la explicación…».
Pero esto no es, ni mucho menos, lo más extraño.
DESCUBRE EL FENÓMENO
LITERARIO DEL AÑO...
Más
adelante narrará, en mitad de un interesantísimo capítulo titulado muy
apropiadamente «Leyendas del mar», en el que, interesándose e interesando al
lector por leyendas tan marineras como la del Holandés errante, o el
inquietante fenómeno de los fuegos fatuos ‒pese a las explicaciones
científicas, todavía estimulante y lleno de magia‒, explica cómo de nuevo, en
mitad de la noche ‒y del Atlántico‒, la quietud y el silencio de su barco se
llenó con una conversación entre dos personas ‒a base, dice, de monosílabos‒
que pudo escuchar con nitidez y que le llevó a creer que realmente había dos
personas a bordo, tanto que tres días después ‒tras una tormenta que le impidió
ocuparse de nada más que del timón, las velas, y el agua que anegaba el yate‒,
lleno de inquietud, y de extrañeza por cómo había sido posible que aquellos
subieran sin él haberse dado cuenta, se dedicó a rastrear la nave ‒un barco
pequeño, por otra parte‒ hasta convencerse de que, o bien lo había soñado, o
bien aquellos dos intrusos habían saltado por la borda ‒o bien, como terminaría
sospechando‒, había asistido a un fenómeno perfectamente sobrenatural.
El
testimonio, como bien saben aquellos que se dedican a investigar estos asuntos,
gana credibilidad desde el hecho de que la persona que lo narra ningún interés
‒creo yo‒ puede tener en mentir o exagerar su vivencia. El relato del
apasionante viaje ‒y la gesta en sí‒ tiene la suficiente enjundia como para no
necesitar adornarla con nada, mucho menos con algo que podría llevar a los
lectores a despreciar al protagonista, por loco o excéntrico con ganas de
llamar la atención.
Es
su naturalidad, la forma que tiene de situarlo en un contexto de leyendas ‒que
parece conocer muy bien‒ lo que fascina del relato.
No
quisiera terminar este breve comentario haciendo algunas preguntas: ¿conocen
ustedes más leyendas de este tipo? ¿Experiencias de este tipo en un contexto
marítimo? Nos gustaría mucho conocerlas de veras…
Marcus Polvoranca
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