“Me
parecía que una fuerza, una fuerza oculta, me embotaba, me paralizaba,
me
impedía seguir adelante, me llamaba hacia atrás...”
Guy de
Maupassant, El horla
La
mitología contemporánea bebe hoy en día, fundamentalmente, de la soledad del
individuo. Las multitudinarias batallas de antaño, las heroicas exploraciones a
través de los océanos, y los continentes, y los romances exacerbados, llenos de
pasión y sufrimiento, van dejando lugar poco a poco a una realidad algo más
discreta, mucho menos épica, en la que el hombre –víctima de los mismos anhelos
y preocupaciones de siempre–, se ve obligado a resolver solo, batallando contra
sí mismo en la inmensidad de su nada.
Así, el
dormitorio se convierte en un mundo. La noche, la misma noche tenebrosa que
llevó a nuestros antepasados a buscar con ahínco el fuego, sigue perturbándonos
y obligándonos a superarnos. Ahora la locura –esa enfermedad que padecemos
todos siempre en cierto grado– es quizá el peor enemigo. O no.
Porque
como la mitología antigua, la moderna tiene su basamento en cosas reales.
Hechos, que vienen describiendo pormenorizadamente miles de personas desde hace
siglos.
El más
célebre, quizá, es el relatado por genial escritor francés Guy de Mupassant (1850-1893), creador
de uno de los testimonios más escalofriantes de la historia de la literatura.
En El
horla, Maupassant describe su encuentro con un ser asombrosamente parecido a esos
seres de sombra que han catalogado en numerosos estudios los investigadores
paranormales.
Seres
oscuros, que asedian a su víctima entre sueños; sin rostro, sin facciones
definidas; ejerciendo a veces una presión que algunos han calificado muy
parecida a la que se produce durante un episodio de acoso sexual…
Se los ha llegado a relacionar con los extraterrestres, con seres de otras dimensiones y, más habitualmente, con almas de difuntos... |
Para muchos estudiosos, esta gente de las sombras o seres de sombra podrían corresponder a simples apariciones fantasmales, espectros de la parapsicología clásica. Su forma y características son parecidas, aunque difieren de aquéllos en el color oscuro, y en otros elementos que los emparentan con seres más bien demoníacos.
Se los
ha llegado a relacionar con los extraterrestres, con seres de otras
dimensiones, y más habitualmente, como hemos dicho, con almas de difuntos,
procedentes del más allá… La teoría quizá más sugerente es la que habla de
entidades malignas que se alimentan de la energía negativa de las “víctimas” o
los testigos. Parásitos energéticos que crecerían a medida que la negatividad de
quienes tienen la mala suerte de verlos aumenta, y que sólo serían visibles de
vez en cuando, en condiciones favorables como las horas de sueño y, por
supuesto, la noche. O la locura, como en el caso del relato de Maupassant.
Hay
quien dirá que todo obedece a simples fallos de la percepción, magnificados por
situaciones de sueño, o de problemas mentales, que se han dado siempre y que a
lo largo de la historia, y a lo largo y ancho del mundo, han sido bautizados
con diferentes nombres, como es el caso de los genios de la tradición islámica,
o de los demonios judeocristianos.
Todas las posibilidades están abiertas, por supuesto, y es seguro que la ciencia tendrá que avanzar aún mucho hasta dar con la respuesta definitiva y una buena explicación.
Todas las posibilidades están abiertas, por supuesto, y es seguro que la ciencia tendrá que avanzar aún mucho hasta dar con la respuesta definitiva y una buena explicación.
De
momento, únicamente tenemos los testimonios, y el convencimiento, o sospecha,
de que más allá de esa realidad construida por nuestro cerebro hay muchísimas
más cosas de las que creemos conocer, y que sólo de vez en cuando se escapan y se nos revelan pese a
nuestra percepción “sana" y lógicamente "cuerda". Cosas como los seres de sombra, y otras muchas más que, pese a todo –principalmente nos referimos al sufrimiento que provocan por el desconocimiento que tenemos de ellas–
suponen, no cabe duda, una esperanza para esta Humanidad nuestra tan cansada y
aburrida de sí misma…
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