Los pueblos antiguos de Europa miraron al cielo y comprendieron que el
tiempo era una sucesión de fenómenos que se repetían constantemente. El día y
la noche, las fases de la luna, las estaciones, los años… Para los celtas, había un momento en el
calendario que daba inicio a los días más fríos y oscuros, y que no terminaría
hasta varios meses después, con la llegada de la primavera y las flores, los
cánticos y la luz cálida de un sol más benigno.
"...máscaras y disfraces para espantar a los espíritus..." |
Aquel momento era una noche entre nuestros actuales octubre y noviembre,
que se celebraba con máscaras y disfraces para espantar a los espíritus.
Aquellos hombres creían que durante ese periodo de horas se abría una especie
de puerta por la que las almas del mundo de los muertos podían penetrar y
pasearse entre los vivos.
La celebración sigue hoy en día vigente, quizá por el peso espiritual que
conlleva. Hay algo en este día que sigue conmocionando al hombre de hoy. Los
romanos, y el occidente católico de después, no pudieron hacer nada contra
ello. Lo asumieron, como tantas otras cosas de los celtas, y así, bajo su
prisma, ha llegado hasta nosotros.
Halloween llena las calles de nuestras ciudades de elementos que recuerdan
el mundo de quienes ya no están físicamente sobre la tierra. Es la fiesta de la
oscuridad, del ensalzamiento de lo tenebroso. Entre risas y bromas, nos
mezclamos con esos otros que ya viajaron al lugar al que todos hemos de ir
algún día, y que es nuestro destino más cierto, más seguro, el único del que no
nos podremos escaquear…
Feliz Halloween o Samhain o Día de Difuntos.
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