Los lugares mágicos los hace la gente que vive en ellos. El cruce
de culturas, la magia que llevan los pueblos que confluyen en ellos. También el
dolor.
Es el caso de muchos sitios alrededor del mundo, aunque
pocos del estilo de Haití.
"Ritos, ceremonias enmascaradas, con las que regresaban a África cada noche, en la intimidad de la choza..." |
Dicen quienes han estado allí, y no son nativos, que la
tensión se respira en el ambiente. Es la pobreza, dirán algunos, los terribles
desastres naturales que la han golpeado no hace mucho. Quizá eso sume, no cabe
duda, pero no son los únicos factores.
Los que formaron aquel país eran esclavos. Gentes arrancadas
de su lugar ancestral, el que habitaban desde probablemente el inicio de los
tiempos, para ser depositados, como animales, en la otra orilla de aquel vasto
océano que algunos ni siquiera conocían. En barcos miserables, hacinados
suciamente, expuestos a la enfermedad y a la locura.
Los que sobrevivieron, tuvieron que hacer aquello que los
blancos no querían hacer. Trabajos duros, al nivel de las mulas y otras
bestias. Desnudos, porque así habían sido transportados, no tenían más que lo
que los más viejos recordaban. Cultura oral, de ritos y creencias que sus amos
respetaron mientras las desarrollasen en sus barracones, lejos de los salones
enmoquetados y las cortinas de seda. De noche, en la intimidad de la choza.
Fuego, sangre, tambores narcóticos que viajaban miles de
kilómetros de vuelta hacia África. Espíritus, demonios, que en América se
transformaron tímidamente en santos y vírgenes.
Quien presencia uno de esos ritos no lo olvida jamás.
Quien se expone a su poder, difícilmente escapa.
Todo lo que se cuente sin escuchar el ritmo enfebrecido de
los tambores, de las palmas, de los gemidos, está de más.
Y quien diga que no cree, es que está pasando por este mundo
sin darse cuenta de nada.
(Para quien tenga tiempo, y ganas de ver una buena serie de fotografías sobre el vudú,
que visite la página del fotógrafo LUIS GABU)
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