Dice C.W. Ceram en su maravilloso libro Dioses, tumbas y sabios, que muchos de los grandes descubrimientos
en la Arqueología han sido llevados a cabo por simples aficionados, eso sí, que
contaron, además de con una enorme suerte, con una pasión desmedida por lo que
hacían.
El caso del alemán Heinrich Schliemann (1822-1890) no puede
ser más paradigmático.
Heinrich Schliemann, ejemplo paradigmático del arqueólogo aficionado que revoluciona, con sus descubrimientos, el mundo académico. |
El conocido para la posteridad como descubridor de Troya
comenzó su vida como simple empleado en una tienda de ultramarinos. La fortuna
haría que con el tiempo fuera amasando una fortuna –en parte gracias a su
facilidad para aprender idiomas–, pero lo cierto es que no iría a la
universidad hasta mucho más tarde, ya adulto.
Harto de comerciar y acumular billetes, a los 43 decide
dedicarse a la vida contemplativa. Viaja por todo el mundo –ahora por placer–,
y retoma su pasión de niño por la Antigua Grecia y los poemas de Homero. Aunque
la ciencia de su tiempo se empeña en que todo lo que narra este poeta son sólo
ficciones, fantasías sin base real histórica, Schliemann está decidido a
excavar medio mundo para demostrar todo lo contrario.
El empeño dará sus frutos, y en 1870 encuentra, en un rincón
de Asia Menor, la mítica Troya. Todavía habrá algún que otro académico que le
discuta el hallazgo. Pero el persiste, revuelve la tierra en busca de sueños.
Durante el resto de su vida dedicará todos sus esfuerzos y
medios a la Arqueología. Centrado en Grecia, el pasado que le apasiona, sus
hallazgos se irán multiplicando, aunque no siempre feche lo que encuentra con
exactitud.
Se ayudará muchas veces en obras de ficción, quizá el
elemento más característico de sus investigaciones.
Todo un ejemplo de soñador. De pasión desmedida que se
materializa y da resultados.
Cuánto que aprender de él, no sólo en Arqueología, sino en
la vida, con los tiempos que corren…
No hay comentarios:
Publicar un comentario