Un libro es básicamente un medio de comunicación. Incluso cuando transciende a otro plano, y se convierte en obra de arte, o en objeto mágico para elevarnos a otras dimensiones, no deja de ser una herramienta que surgió en los orígenes remotos del hombre, quién sabe si en las paredes de una gruta, o en una piedra aplanada cubierta de garabatos hechos con sangre, o con la punta de una rama de árbol chamuscada, que iba pasando de mano en mano, o de tribu en tribu, para transmitir algún mensaje importante.
En
su Buscando el miedo, mis amigos Sheila Gutiérrez y Miguel Ángel Tenorio no
hacen otra cosa que comunicar. Yo, que les conozco, sé de su pasión absoluta
por eso que parece esconderse en el éter de los lugares abandonados que visitan
con cierta asiduidad, y del rigor, y el respeto, con el que abordan esos temas
que a otros pueden causar risa, o burla. Desconociéndoles, uno podría tomar
este libro y comenzar a hojearlo y pensar: otro libro de aficionados al
misterio haciendo psicofonías, pero no. Cada uno de los artículos (porque el
libro, en mi opinión, podría calificarse como una reunión de artículos, de
reportajes) es una aventura que estos exploradores del misterio ‒como les gusta
llamarse‒ han vivido apasionadamente y con la única intención de explorar, de
investigar, sin miedo a descubrir que detrás de determinados lugares sobre los
que se cernían aterradoras leyendas de apariciones, o sonidos misteriosos, no
haya nada.
Comunican,
como digo, su pasión, y entre medias le invitan a uno a descubrir ‒si no se
tiene miedo a determinados ambientes, a determinados parajes propios de una película
de miedo‒ lugares ya de por sí fascinantes, e historias que por sí mismas
darían para muchos artículos, e incluso libros. Ya sin habérmelo terminado de
leer ‒no creo que Buscando el miedo haya que leerlo de arriba abajo, de
principio a fin, sino que debe uno ir degustándolo a su ritmo, guiado por la
fascinación de su amplio índice‒ ya me ha deparado alguna sorpresa y me ha
hablado de lugares que siento ganas de ir a visitar. Como esa misteriosa cueva
de la Yedra de Villarrubia de Santiago, en Toledo. O ese rincón secreto dentro
de Santa María de Melque, donde dicen que se escucha un vacío diferente al del resto
del templo.
Viajes,
visitas inesperadas, lugares sombríos, leyendas... el encuentro con lo
desconocido que está ahí pero para lo que no tenemos explicación, todo eso, y
mucho más, lo encontrarán en este libro. Y la certeza ‒posiblemente lo más
importante de todo‒ de que nada de lo que se cuenta es inventado. Porque la
decepción, al menos en esto del misterio, no tiene por qué ser algo negativo.
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