miércoles, 19 de junio de 2019

LA MALDICIÓN DEL ÁRBOL SAGRADO DE FINTONA




En Irlanda, como en muchos otros pueblos que conservan aún tradiciones precristianas, existe la creencia de que determinados árboles poseen poderes especiales. Son árboles que el pueblo considera sagrados; que reciben veneración religiosa como si se tratara de santos, o de vírgenes, y a los que se acude con plegarias y regalos para recibir a cambio ciertos favores.
Son lugares de conexión con el más allá; en los que habitan las hadas, y los duendes, y que por tanto, deben ser respetados para evitar desequilibrios en los que el hombre va a salir siempre como perdedor.

¿Es posible que ciertos árboles que la tradición considera sagrados puedan
albergar algún tipo de poder sobre quienes osan dañarlos...?

En marzo de 1950, uno de estos árboles situado en Fintona, Irlanda del Norte, fue dañado por accidente durante unos trabajos con un bulldozer. Las gentes de la zona corrieron a mostrar su preocupación ante lo que consideraban un mal presagio, y que para los más escépticos eran simples supercherías antiguas, a las que no debía darse ninguna credibilidad.
Un vecino de la zona, el anciano McAnespie, compró algunos de los restos del árbol como combustible para su chimenea y se los llevó hasta su casa. Enseguida comenzó a sentir que fenómenos extraños iban teniendo lugar a su alrededor; ruidos de campanas muy sutiles que comenzaban a escucharse aquí, y allá, en las distintas estancias de la casa; destellos misteriosos, luces que iban y venían acompañadas de voces, como de chiquillos ‒diría posteriormente‒, a las que sin embargo no quiso prestar entonces demasiada atención.
Acabada la leña, varias semanas después de que todo eso se hubiera estado produciendo, decidió salir al campo a por más.
Los vecinos, que conocían las costumbres del anciano, se preocuparon al ver que aquella tarde la noche se iba acercando y cerniéndose sobre el pueblo y el anciano no había regresado a su casa.
Alertados por aquellos fenómenos extraños que llevaba días comentándoles entre bromas y chascarrillos ‒tal vez temiéndose que hubiera podido sufrir algún tipo de crisis nerviosa, de locura o algo peor que no se atrevían a mencionar‒, decidieron llamar a la policía para iniciar una búsqueda oficial.
Recorrieron la zona, pero no lograron dar con él.
Muchas horas después, cerca de la madrugada, se lo toparon tumbado en un paraje no muy lejano a su domicilio, como adormilado y sin fuerzas.
El anciano no tenía conciencia de que hubiera podido pasar tanto tiempo desde que saliera a recoger leña el día anterior. Dijo que en un momento dado se había sentido paralizado, que había tenido que detenerse, y finalmente, había caído rendido hacia el suelo presa de cierto atenazamiento sin explicación.
Aseguraba haber oído las voces de los que le llamaban, sin capacidad para responderles. Aquéllos, los que habían participado en la búsqueda, tenían la certeza de haber pasado por aquel mismo lugar sin haber visto en ningún momento al anciano.
Los fenómenos misteriosos que había tenido ocasión McAnespie de oír y ver en su casa ‒las campanas, los minúsculos destellos‒ también se habían estado produciendo aquella noche en el campo incluso con más fuerza aún. Más nítido, si cabe, con presencia «física» de pequeños seres que no tendría ahora ningún reparo en identificar como hadas, seres feéricos…

¿Qué pueden ocultar de cierto las antiguas leyendas de hadas y duendes? ¿Podríamos
 estar obviando con ellas una parte importante de la realidad al darle la espalda...?

Aquello fue, por supuesto, algo que provocó numerosas reacciones, como siempre en estos casos, a favor y en contra de lo que parecía a todas luces un hecho maravilloso, controvertido y alucinante a partes iguales. ¿Estaba el viejo McAnespie mintiendo? ¿El frío de la noche, y lo que quisiera que le hubiera sobrevenido a lo largo de aquellas horas, le hacía alucinar, tener la certeza de haber visto cosas de aquel tipo? ¿Era una simple estratagema para ocultar algo peor, como una borrachera? ¿O era verdaderamente un fenómeno sobrenatural vinculado a esas leyendas irlandesas, como decíamos, de fuerte raigambre ancestral?
Como fuera, el caso es que aquello tuvo cierto eco en la prensa local y todavía hoy pueden leerse las crónicas en Internet, recogidas por la página web (en inglés) Fortean Ireland.
Es, desde luego, una más de las muchas leyendas en este sentido que existen en Irlanda, y que se refuerzan por testimonios y experiencias como la del anciano protagonista de la que acaban de leer.
Para aquellos que quieran investigar más a fondo el fenómeno, hemos de apuntar que el lugar en el que alguna vez estuvo aquel árbol existe, perfectamente identificado a las afueras de Fintona. Es el lugar exacto en el que el viejo cayó rendido y congelado aquella noche; un lugar maldito, o bendito ‒claro está‒ según tengamos a bien acercarnos a él con respeto, o como escépticos ignorantes de que las fuerzas que brotan de estos parajes mágicos pueden volverse en contra de aquel que las desafía de algún modo…

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