viernes, 31 de octubre de 2014

UN RELATO DE HALLOWEEN


Han tenido que marcharse y dejarme aquí sólo, qué remedio. A Lucas tenía que atenderle un médico cuanto antes, y en la moto no había sitio más que para ellos dos, Lucas, el herido, y nuestro amigo común, Pablo. El coche (mi coche) se lo han llevado esos otros… cabrones. Así que aquí me encuentro, con la casa entera para mí solito. A mi alrededor, persisten los ecos de la fiesta que habíamos venido a celebrar, y que ha terminado de aquella manera. Al principio sí: alcohol, risas, bromas, y todo lo demás, pero después… La música dejó de sonar hace un buen rato, no recuerdo cuándo. Ahora la oscuridad lo envuelve todo, tétricamente, y junto a la humedad, y el frío, consigue apagar la vitalidad que me ha estado insuflando la adrenalina hasta este momento. La sangre de aquella pelea, ¡Dios!, debe de seguir aún por todos lados, aunque se fue la luz y no soy capaz de distinguir nada. De pronto, como si no hubiera nada mejor que pensar, comienzo a recordar las bromas que llevamos haciéndonos todo el fin de semana. Las ocurrencias sobre fantasmas, hombres lobo y brujas que han ido surgiendo junto al fuego todos esos días, en referencia a este lugar apartado y siniestro donde todo parece posible. ¡Y pensar que fue el propio Lucas el que sugirió que parecía maldito! Me enciendo un cigarrillo para tratar de no pensar, pero los temores han comenzado a poseerme el espíritu. La casa, a mi alrededor, comienza a cobrar vida; los crujidos de la madera, el ulular del viento y la lluvia contra los cristales parecen voces que me susurran cosas terribles, y empiezo a sentir mucho miedo. De pronto, ¡chas! Algo golpea la puerta. Trato de racionalizarlo pero vuelve a surgir ¡chas!, y siento que ya no es algo fortuito. El tercer y cuarto ¡chas! hacen que se me erice la espalda. ¡Chas, chas, chas! Suena con violencia varias veces, como si alguien llamara a la puerta. Pienso: podrían ser Pablo y Lucas, de vuelta, y me levanto para abrir. Pero en la calle no hay nadie. Segundos después veo un resplandor que surge del bosque que hay delante de la casa. Un vaivén de luces blanquecinas y azuladas, como una llamarada de gas, que se entremezcla con la maleza y la neblina acuosa del ambiente. En mi vida he contemplado algo así. Sigue un buen rato, hasta desaparecer misteriosamente. Y entonces, de forma totalmente sorpresiva, escucho vibrar muy cercano el sonido de mi teléfono móvil. “¿Quién es?” pregunto, tras el pequeño sobresalto (aunque después de lo que he visto creo que nada o casi nada puede llegar a sorprenderme). La voz de Pablo dice algo sobre Lucas. “¿Lucas?”, digo, “¡repite, tío, no te entiendo!”. La voz se escucha entrecortada, mi amigo grita y apenas le oigo. Tardo un rato en comprenderle, casi al tiempo de escuchar nítidamente la frase definitiva. El mensaje es claro, inequívoco, aunque también trágicamente inesperado: Lucas, nuestro amigo común Lucas, ha muerto.

 © Marcus Polvoranca, 2014

Marcus Polvoranca nació en Madrid en 1980. Se define como un apasionado del jazz, de las noches calurosas de verano y de los libros que da pena que se terminen. Es autor de la novela Julia B. y la leyenda de la isla perdida en mitad de la noche, y está a punto de publicar La gran pirámide invertida de Toledo. En la actualidad, además de leer y escribir sin parar, coordina esta web y colabora con el programa El círculo de Hermes, y prepara la segunda parte de Julia B. y la leyenda de la isla perdida en mitad de la noche.

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