martes, 1 de octubre de 2013

LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI



Aquellos siglos de la Inquisición tuvieron que ser muy divertidos. No para los inquisidores, que debieron de tener mucho trabajo, pero sí para el resto.
Los que están en el poder no gastan esfuerzos si no es para devolver a las ovejas perdidas a su redil. Cuando todos obedecen, no hay persecuciones, pero cuando se desbandan…
Inquietante imagen de un akelarre vista por el genial Goya.

En Zugarramurdi, Navarra, aquel año 1610, tuvo que haber buenas fiestas. Buenos aquelarres, como dicen las crónicas que aseguró una joven, que dijo haber participado en ellas.
El lugar, todavía hoy, parece conservar en el ambiente parte de aquella leyenda. Esa cueva enorme, como una gigantesca capilla pétrea, tuvo que haber sido escenario de inquietantes rituales –inquietante, aquí, no quiere decir malos– desde tiempos inmemoriales.
Las brujas, como dijo la joven, probablemente volaran. Hubo muy seguramente gritos, cánticos y danzas, y otras cosas igual de prohibidas. Aquello debió de ser grande, sí señor, hasta que las autoridades competentes no pudieron hacer más que cerrar el chiringuito…
Arrasando con todo, dicen los documentos de la época. Un enorme proceso, que acabó con encarcelamientos, torturas, y la más que clásica quema de condenados. El aviso era para el resto, para los más obedientes: más os vale no saliros del tiesto.
Si atendemos a lo que dicen los expertos, España no se destacó, por número, en cantidad de ajusticiados por la Inquisición. Dicen que, pese a la leyenda negra, la palma se la llevaron otros países Europeos. Habría que ver, claro, si en las estadísticas se cuentan las víctimas de las colonias, que en su momento también fueron España o algo parecido, y comprobar si sigue siendo igual de cierto.
Las brujas, ¿símbolo de disidencia? ¿Simple chivo expiatorio
de una sociedad en transformación?

Podemos ver aquel caso como parte de los acontecimientos políticos de la época. Un rey, Felipe II, tratando de demostrar al mundo su poder, el poder de la por entonces amenazada cristiandad. También como parte de un proceso más extenso en el tiempo, que se remonta a los primeros predicadores, aquellos que arrasaron –no somos aquí nadie para juzgar si positiva, o negativamente– con todas las creencias anteriores –paganas, dirían ellos–, sustituyendo antiguos credos con otros diferentes, lejanos, y, eso sí, maleables.
La difusión de la imprenta, la mejora de las comunicaciones, el descubrimiento de América y otras muchas cosas más, debían tener por entonces muy nerviosos a los que mandaban. Tanto como para no andarse con remilgo, arremetiendo contra todo, incluso con cosas que quizá estaban asimiladas, totalmente aceptadas, y que se celebraban libremente, escondidas bajo cultos pretendidamente oficiales, como las romerias, o el carnaval... La noche, el bosque, las hogueras, fue en ese caso algo imperdonable. Y para quienes aún dudan de que existan las conspiraciones, ahí un ejemplo de hace cuatro siglos.
¿Qué no manipularán ahora, con gente atada al consumo, alelada por una ciencia y una tecnología que no comprenden?

Callemos y oremos, pues, antes de que nos cacen y enciendan la pira…

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