jueves, 22 de agosto de 2013

LO QUE GRITAN LAS PIEDRAS DE STONEHENGE



Hablamos de Stonehenge, pero podemos hablar de cualquier monumento de ésos que conocemos como megalíticos. Se trata, quizá, de las huellas más enigmáticas dejadas por el hombre antiguo, cuyos secretos siguen ocultos, contrastando el silencio de la piedra que las compone con la majestuosidad y dimensiones con que abruman a quien se acerca a ellas.
El secreto de Stonehenge, y del resto de los monumentos megalíticos, va más allá
de todo lo que conocemos...

Dicen los expertos que pudieron ser centros ceremoniales. Como las catedrales, o los templos egipcios, o las pirámides de Centroamérica. Puede ser, no vamos a ser nosotros quienes lo neguemos, pero sí que sería bueno echarles un nuevo vistazo.
Porque como aquéllas, son construcciones enormes. Gigantescas, muy por encima de las proporciones humanas. Toscas, inabarcables, construidas a lo bestia. Uno ve esas rocas, de una pieza, sosteniendo, como en equilibrio, a otra similar que reposa sobre ellas, y no puede evitar imaginar a un forzudo de cuento manejándolas, con la negligencia de un niño, y distribuyéndolas de cualquier modo.
¿Cómo pudieron erigir aquellos hombres tamaña bravuconada arquitectónica? ¿Cómo, si hacemos caso a quienes nos los pintan como miembros de tribus poco evolucionadas, habitantes de chozas que manejaban con torpeza el fuego, podemos imaginar que lo lograron?
Seguirán planteándose hipótesis, y no se dará con la solución. Por el simple hecho de que todos se equivocan. Hay algo en este misterio que va más allá de lo que conocemos, que se hunde, por su propio peso, en lo más profundo y primitivo del hombre.
Aquél –se ve a primera vista–, fue un esfuerzo desesperado. Un mandato que iba más allá de las necesidades humanas. Llámenlo religión; llámenlo simples supersticiones.
En el mismo corazón de Europa.
Desde el sur de Inglaterra, pasando por Francia, Alemania, España, Baleares, Malta, Italia, Turquía… Los hombres sintieron, hace unos cinco mil años aproximadamente, la necesidad de amontonar piedras inmensas. Reunirlas en torno a círculos, crear atmósferas oscuras imitando a las cuevas que les protegían.
¿Qué temían? ¿Qué trataban de evitar?
Lo que fuera, se los llevó para siempre o les hizo callar de inmediato.

Aquellas ruinas lo atestiguan. Con su eterno silencio. 

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