viernes, 30 de agosto de 2013

EL INMORTAL CONDE DE SAINT GERMAIN



Todos le conocieron, pero ninguno supo nunca quién era. Quizá siga entre nosotros.
Apareció un día a mediados del s. XVIII, en la corte del rey Luis XV, y enseguida se hizo popular a todos los niveles. Sus enormes dotes para todo le hicieron convertirse en diplomático, y la leyenda le sitúa en todas las conspiraciones del momento.
¿Quién fue realmente el célebre conde de Saint Germain?

Dicen que hablaba decenas de lenguas, que tocaba el violín como un virtuoso, que pintaba de maravilla, y seducía a las mujeres mucho mejor…
Al parecer, era inmortal.
Y había estado en las bodas de Canaán, las de la Biblia, mano a mano con Jesucristo. Luego, en la revolución francesa. Su última aparición pública data de 1972, cuando pudo ser visto en la televisión francesa convirtiendo en oro una pieza de plomo…
Pero, ¿quién era realmente?
Para ser sinceros, debemos decir que no lo sabemos.
Una leyenda, una leyenda nada más.
Pudo ser un farsante o un genio; un fenómeno inexplicable de ésos que tanto nos gustan.
Un prodigio de la magia, de la alquimia, de lo desconocido.
Un producto-reacción al siglo de las luces, el s. XVIII, donde la razón comenzaba a luchar a brazo partido contra las antiguas supersticiones, las pseudociencias, las religiones...
Allí, en medio de los enciclopedistas, de los revolucionarios, de los quema iglesias y guillotina-cabezas jacobinos, un tipo aparece como un nuevo mesías, eterno y supernatural.
Que es capaz de adivinar el futuro, recordar con todo detalle el pasado, curar males de salud; y despertar todo el interés que un ser único y original puede suscitar. 
Es antecesor, por tanto, de mitos como el de Drácula y otros seres oscuros y elegantes.
Un dandy, un reivindicador del hombre genuino frente a la masa informe y estúpida. 
Un embaucador, seguramente, como todos los que, después, se lo intentaron agenciar.
(Existe una fotografía, de años después de su muerte, en la que supuestamente aparece junto a la Blavatsky, otra del mismo cordel).
En definitiva, podemos considerar al conde de Saint Germain como un superhéroe de una época precisa, que requería, más que fuerza y otros superpoderes, la más simple y llana ventaja de demostrar que el hombre era más que la miserable existencia de un cuerpo
Un ente inmortal que no muere jamás...




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