miércoles, 31 de octubre de 2012

ARTHUR CONAN DOYLE, ESPIRITISTA




El siglo XIX era la época. El mundo occidental estaba iniciándose en la era de los avances tecnológicos, y estaba muy en boga el surgimiento de nuevas disciplinas de conocimiento que adoptaban el modelo científico. La ciencia, además, había comenzado a cuestionar de verdad, con sus descubrimientos, los postulados de las religiones, y había un hueco que cubrir respecto a los grandes interrogantes de la existencia.
Arthur Conan Doyle dedicó parte de su vida a divulgar y promover el Espiritismo.

Doyle, médico de formación y profesión (aunque no muy militante), sintió, tras la muerte de uno de sus hijos, la necesidad de comunicarse con el más allá. El espiritismo, por aquel tiempo muy popular en Europa, estaba ahí para ayudarle. El agradecimiento haría, después, que dedicara su vida y su talento a la divulgación y defensa de estos nuevos conocimientos.
Durante los últimos años de su vida, el creador del inmortal Sherlock Holmes vivió volcado en la disciplina. Ofreció multitud de conferencias, escribió tratados, y actuó como un auténtico converso convencido.
Creía en el Espiritismo como en una religión. Testigo de ello son sus obras “El país de las brumas” o “La nueva revelación”, donde aborda el asunto con seriedad y vehemencia.
Como en el Drácula de Bram Stoker, y más concretamente en las figuras de Van Helsing y del doctor Sewald, hay en Doyle un esfuerzo por creer en el más allá, frente al materialismo imperante del mundo que le rodea, ávido de tecnología y razón. Es, en palabras de Antonio Ballesteros Gonzalez, prologuista de “El país de las brumas”, (editado en España por Jaguar),  una especie de grito o protesta “contra el exceso de escepticismo y materialismo que predomina en la época”.
Se dice en este mismo prólogo que Doyle había rechazado en su juventud lo esotérico. Que se había mostrado combativo contra todo eso que muchos tachan de supersticiones.
Parece claro que, como en muchos de nosotros, existía en el genial escritor una lucha interior a muerte entre dos caras de la misma moneda, razón e imaginación, que se habrían materializado, en su caso, en la creación de dos personajes, en principio, antagonistas: el Profesor Challenger y Sherlock Holmes.
De momento, la batalla de la inmortalidad la lleva ganada Sherlock Holmes. Pero la eternidad es muy larga, y no debemos descartar que aquella última creación, Challenger, pueda ganarle la partida al de Baker Street.

lunes, 29 de octubre de 2012

UNA LEYENDA FAMILIAR




Lo que viene a continuación es un pequeño relato que me contó hace años un familiar mío, ya fallecido, y que mi amigo Ángel Gasóleo, novelista y otras muchas cosas más, aprovechó para construir una novela. Él, por supuesto, lo cuenta todo mejor que yo, pero se va por los cerros de Úbeda, como suele decirse, y toma la anécdota sólo como inspiración, convirtiendo el relato en otra cosa. Por supuesto, le deseo a mi amigo mucha suerte con su novela –y le agradezco el que haya puesto al protagonista el apellido de mi familia–, pero me gustaría que el relato que escuché una vez, de pequeño, no se pierda tal y como yo lo recuerdo. Así que aprovecharé este espacio para que quede registrado. Ahí va.
Debemos situarnos en los meses previos a la Guerra Civil española. Mi familiar era entonces un chaval de poco más de dieciséis años que llevaba una vida apacible –o así cabe imaginársela– en un pueblecito de Ciudad Real situado en la confluencia de los ríos Bullaque y Guadiana. El entorno es muy agreste, de montes salpicados de encinas, olivos y matorrales resecos donde uno, si sale a pasear cualquier día del año, puede encontrarse con ciervos o jabalíes retozando con sus crías. Junto al río, la vegetación es muy abundante. El ambiente es más húmedo, más verde, casi como si estuviéramos en una selva. Es muy agradable irse allí en verano, y sentarse a la sombra a escuchar el rumor del río.
Mi familiar cuenta que fue allí una tarde a dar de beber agua a los caballos y las mulas. Aunque era abril, o mayo, había sido una jornada muy calurosa, y se encontraba agotado. El trabajo en el campo, todo el mundo lo sabe, es muy duro, así que aprovechó la soledad del lugar para tumbarse en la hierba a descansar un poco. Sin darse cuenta, mecido por el discurrir del agua y una suave brisa acariciando su cara, se quedó dormido.
Al despertar, descubrió con un sobresalto que estaba ya atardeciendo. Había pasado entre sueños cerca de dos horas. No tenía reloj, pero lo intuía por la posición del Sol, a punto de esconderse por completo detrás de las sierras.
Se incorporó, y lo primero que hizo fue echar un vistazo hacia el lugar en el que había dejado a los animales. Se tranquilizó al ver que seguían allí. Durante unos segundos, había temido que se hubieran podido escapar, o que alguien se los hubiera robado.
Al levantarse, y empezar a caminar hacia ellos, se percató, con sobresalto, de algo en lo que antes no había reparado. A unos metros, sentado en una piedra, había un tipo extraño, que no conocía de nada. Tenía el pelo blanco, las barbas le llegaban hasta el pecho, y vestía una túnica blanca que parecía refulgir en la penumbra del lugar. Mi familiar se asustó mucho, tanto, que quedó paralizado sin saber qué hacer ni cómo reaccionar.
El tipo se levantó entonces, y se acercó hasta él. Al llegar hasta su altura, comenzó a hablarle. Por lo visto hablaba una lengua extraña, que mi familiar no podía comprender. Le estuvo hablando un rato, no como si quisiera mantener una conversación, sino más bien como si quisiera comunicarle un mensaje. Estuvo así quizá más de un minuto, sin que mi familiar dijera nada. De pronto, detuvo su discurso, se dio la vuelta, y se marchó.
Mi familiar, totalmente confundido, le vio alejarse por la orilla del río. Como si de pronto hubiera despertado de una pesadilla, se apresuró a desatar los caballos y las mulas y se fue corriendo hacia el pueblo. Era de noche cuando llegó a su casa. Contó lo que le había pasado, y todos se rieron de él. Trataron de convencerle de que lo habría soñado, o que, en el mejor de los casos, se habría topado con algún loco, algún vagabundo mal de la azotea. Él insistió, defendió que aquel tipo que se le había presentado era muy real, que había sentido su presencia, y que el sonido de sus palabras aún se repetía en su cabeza.
Su abuela, que vivía con ellos (era aquélla una casa de labranza, de las antiguas, donde convivían muchos familiares) fue la única que le tomó en serio. Entre las carcajadas de padres, hermanos y primos, dejó que su voz profunda y llena de sabiduría se impusiera con gravedad. Dijo, desde el rincón en que permanecía sentada, con vehemencia: “es una señal, un aviso. Está a punto de ocurrir algo muy grave, así que no riáis tanto”.
Por supuesto, no le dieron importancia a la anécdota. La olvidaron simplemente. El chico habría fantaseado, la abuela se habría dejado llevar por su imaginación y sus cosas de viejas. Pero, al poco, estallaba la guerra. La familia, como muchos españoles de entonces, lo pasaría muy mal durante aquellos años. Dos hermanos de mi familiar, precisamente aquéllos que más se habían reído, fallecerían durante la contienda.
La historia siempre me ha acompañado. Es fácil dejarse llevar por el sentido común, y concluir que mi familiar que pudo haberla inventado. Era muy aficionado a contarnos cuentos, historias para entretenernos, a mí y a mis primos, cuando éramos pequeños. Pero otros familiares, adultos e incluso gente contemporánea al relato, también lo escucharon de su boca. Con los mismos detalles, sin que en ningún momento dudara, o se le escapara alguna sonrisa al rememorar aquellos hechos.
El significado, no obstante, es algo que se me escapa. Quizá el amigo Gasóleo, con su imaginación, haya dado en el clavo. No sé. 
A él, y a la memoria de mi familiar, va dedicada.

viernes, 26 de octubre de 2012

TREVOR RAVENSCROFT, WALTER STEIN Y LA LANZA DEL DESTINO


En 1973 Trevor Ravenscroft, un veterano de la Segunda Guerra Mundial aficionado al ocultismo y al misterio, publicaba un libro que rápidamente se convertía en superventas, y que abría nuevas líneas de especulación en torno al nazismo y su relación con el esoterismo.
En particular, hablaba sobre la Lanza Sagrada o Lanza de Longino, la lanza con la que, según la tradición cristiana, un soldado romano habría penetrado el costado de Cristo durante la crucifixión. Se trataría de una reliquia de poder, capaz de hacer invencible a su poseedor.
Ravenscroft, evocando las supuestas confesiones de Walter Stein, un filósofo austriaco especialista en el Grial (e iniciado en la magia) que habría trabajado para la inteligencia británica, sugiere que, gracias a la lanza, los alemanes habrían obtenido sus primeras victorias durante la guerra, mostrándose invencibles ante el enemigo. También que los aliados, en parte por las informaciones transmitidas por el propio Stein, se habrían precipitado a contrarrestar, reuniendo a un grupo de magos, éstas y otras tácticas ocultistas de los nazis para, finalmente, conseguir ganar la guerra.
Todo esto parece una película de Indiana Jones, cuanto menos, y en parte parece ser así. ¿O no?
El caso es que investigadores posteriores han acusado a Ravenscroft de farsante. Niegan, por ejemplo, que en algún momento llegara a conocer personalmente a Stein, que sí que existió. En una entrevista, el propio Ravenscroft habría asegurado que sus conversaciones con éste se habrían producido a través de sesiones espiritistas. No parece el medio más habitual para hacer entrevistas, pero en fin… cosas más raras se han visto.
¿Reveló realmente Walter Stein a Trevor Ravenscroft la existencia de una "guerra oculta" entre nazis y aliados?

Sea verdad o mentira lo que cuenta en The Spare of Destiny (el libro de Ravenscroft, que en España se publicó en su momento como Hitler: la conspiración de las sombras) es un asunto muy divertido. Recuerda, como ya se ha dicho, a las tramas de la saga Indiana Jones. ¿Quién no disfruta imaginando que hubo realmente una guerra secreta entre magos de ambos bandos? ¿Que Churchill trató de convencer a Roosevelt, más escéptico, para formar un grupo esotérico para vencer a Hitler? ¿Quién no está dispuesto a pasarse una tarde lluviosa, frente a la chimenea, escuchando estos relatos? Al fin y al cabo, son inofensivos. No como otros, de guerras preventivas y armas de destrucción masiva que finalmente resultan ser igual de fantasiosas, pero que generan, en cambio, muertos reales, víctimas de carne y hueso. 
Y en cualquier caso, siempre queda abierta la puerta de la duda. El nazismo y todo lo que le rodea sigue lleno de misterios. Como el propio Ravenscroft afirma en la introducción de su libro, es difícil asumir las barbaridades que se cometieron por parte de aquellos líderes sanguinarios. Ni siquiera ahora, tantas décadas después, resulta sencillo asumirlos.
Esperemos, en cualquier caso, que reliquias como la lanza no vuelvan a ser talismanes de las fuerzas oscuras, y se queden reposando, tranquilas, en las salas de los museos. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS

El Triángulo de las Bermudas es un enigma clásico. De esos que no pueden faltar en ninguna antología del misterio.
Se trata de un lugar geográfico, en forma de triángulo, situado entre la península de Florida, las Bermudas y Puerto Rico. Es un lugar muy transitado por barcos y aviones, lugar de paso entre América y Europa. Contiene dentro de sus límites el lugar en el que, presumiblemente, Colón llegó
al Nuevo Mundo...
¿Qué misterios oculta el Triángulo de las Bermudas?

Son incontables los naufragios registrados en sus aguas. También, desde que el hombre puede volar, los accidentes de avión inexplicables. Muestra de ello, el famoso Vuelo 19, en el que un grupo de cazas del ejército de EE.UU. desaparecieron totalmente, sin que hasta el momento haya habido noticias suyas.
Mucho se ha escrito sobre todo ello. Mucho, en todos los sentidos. Para los escépticos, no son más que cosas que en algún momento la ciencia podrá explicar. Al paso que vamos, quizá la arqueología...
El caso es que ya ha habido algún avance interesante.
En cuanto a los barcos, se habla de un fenómeno llamado Olas Gigantes. Son distintas a las que se producen con los tsunamis. En resumen, se trataría de la formación espontánea de una ola en mitad del océano, de tamaño suficiente como para hacer volcar a un gran trasatlántico y hundirlo. Hasta no hace mucho, los científicos negaban su existencia (por cosas de probabilidad y demás), desmintiendo a marineros que las habían visto con sus propios ojos. Después, imágenes por satélite han probado su existencia. Olas, estamos hablando, de 30 metros de altura. Con ellas, y con otro fenómeno, llamado la corriente del Golfo (o Gulf Stream, para los yankees), que desviaría los barcos hundidos hasta miles de kilómetros del lugar original de su hundimiento, se explica en parte no haber hallado rastros de naufragios.
Otra cosa son los aviones. Aquí nos topamos con la más profunda incógnita. Además de casos como el del Vuelo 19, sehan registrado testimonios de pilotos que aseguran haber vivido, dentro del triángulo, fenómenos anómalos en su instrumental de vuelo, como brújulas y demás. ¿Poder magnético de algo que pueda haber en el subsuelo? ¿Tormentas solares? ¿Emanaciones de gases desde conos volcánicos sumergidos?
Lo último, energía oscura. Un fenómeno recientemente descubierto que podría (aquí va más rápido nuestra imaginación que la velocidad de la luz), provocar viajes en el tiempo.
¿Encontraremos algún día, como en Encuentros en la tercera fase, todos esos aparatos desparecidos en el desierto de Mongolia? ¿Serán sólo casualidades, paranoias de gentes desocupadas y tendentes a la fabulación? ¿O hay algo allí, como en otras partes del globo, que deberíamos conocer?
El caso es que Colón, que sabía más de lo que aparentaba, fue a dar con sus carabelas por aquella zona...

lunes, 22 de octubre de 2012

LAS PIRÁMIDES DE GÜíMAR Y ALGUNAS TEORÍAS MÁS O MENOS RAZONABLES




Las islas Canarias están situadas en mitad de la ruta marítima que lleva, a través de las corrientes oceánicas, desde Europa hasta América. Es algo que sabía Colón, y que hizo que, en su primer viaje, la flota de carabelas se detuviera en el archipiélago antes de marcharse a “descubrir” definitivamente el nuevo mundo.
Las pirámides de Güimar, todo un misterio de las islas Canarias.


Muy poco se sabe de los pobladores primitivos de las islas antes de la llegada de los europeos. Tan sólo antiguas tradiciones, algunos pocos restos arqueológicos.
Para el conquistador, lo fácil siempre es tachar al conquistado de salvaje. Se suele dar por hecho que una civilización reducida por las armas es también víctima de su inferioridad intelectual, y esto sí que es una barbaridad. ¿Qué decir de la caída del Imperio romano, por ejemplo, a manos de las tribus germánicas?
En Canarias, las pirámides de Güímar, situadas en la isla de Tenerife, son un ejemplo de ello.
Para Thor Heyerdahl, el investigador que fue capaz de arriesgar la vida para dar con la verdad en las narices a quienes creían imposible cruzar el Pacífico en una balsa, eran algo más que simples mojones, que montañas de piedras acumuladas en un lugar concreto por los agricultores. Defendía, como lo había hecho antes en Polinesia, que en la Antigüedad había existido algún tipo de contacto entre Europa y América, y que las Canarias, tan estratégicamente situadas, habían sido un lugar de paso. Las pirámides de Güímar podían ser una prueba, o al menos un indicio.
¿Qué impide pensar que esto fuera así? ¿Que no quede constancia escrita? ¿Qué solo haya leyendas, como ocurría con Troya? 
Por supuesto, eso supondría dar al traste con lo que sabemos de historia. Tener que reescribir es siempre un trabajo fatigoso. No quedan pruebas, dirán, como si las pocas que hay no fueran suficientes. Después dirán que es imposible, como dirían que para los faraones habría sido imposible construir grandes pirámides o templos si no hubieran encontrado restos completos dispuestos para su estudio. 
Pensar en lo que defiende Heyerdahl es una vía de trabajo, nada más. Pero empeñarse en negar y cuestionar las posibilidades del hombre, bastante cerril y, como poco, absolutamente improductivo.
Implica, como se ha dicho antes, subestimar a los antiguos. Elevar aún más a otros, también antiguos, pero que escribieron la historia. Que la modelaron a su modo. Que la siguen inventando, ante nuestras narices. A base de mentiras, en ocasiones, y de soberbia, en muchas otras.
El mundo, afortunadamente, para el que quiere verlos y para el que no, está aún lleno de enigmas.

viernes, 19 de octubre de 2012

DRÁCULA, EL "NO MUERTO", Y EL INMORTAL BRAM STOKER



Cuenta la leyenda que a Stoker se le ocurrió la idea de la novela tras un empacho de langosta. Una cena copiosa, una pesadilla originada por la mala digestión; ése parece ser el origen de uno de los mitos incuestionables de la cultura del s. XX.
Sin embargo, hay mucho más. Muchos misterios, muchos enigmas en torno a su proceso de creación, que arrancan con el propio Stoker, padre de la criatura.
Bram Stoker (1847-1912)

Bram Stoker, irlandés de nacimiento, fue un apasionado del teatro. Sus primeras críticas (escritas cuando trabajaba como funcionario del gobierno) le valieron para convertirse en manager (una especie de secretario) del famosísimo (por aquel entonces), actor John Irving. La de ambos fue una larga trayectoria, si bien muchos han querido ver en la figura del actor (un excéntrico, como lo puedan ser hoy las estrellas de Hollywood) el origen del personaje de Drácula. Otros sitúan el origen, la inspiración, en Aleister Crowley (ay Crowley, el trabajo que has dado…), pero eso es harina de otro costal.
El caso es que Stoker fue siempre una figura segundona en el mundo del arte de su época. No destacó, pese a sus intentos (múltiples relatos, todos relacionados con el tema gótico, de terror, fantasía y demás), hasta la publicación de Drácula. Como su creación, fue capaz de superar a todos sus contemporáneos en fama y leyenda, sobreviviéndoles a todos, pese a sus cuestionables capacidades.
Hay quien piensa que Drácula fue corregido severamente (si no, literalmente modificado hasta convertirlo en otra cosa), por un tercero. Malas lenguas, ya se sabe.
Su vinculación a sociedades secretas siempre ha estado ahí, y no es ningún secreto que perteneciera a la Golden Dawn, una sociedad hermética de carácter esotérico a la que también pertenecieron Yeats, Machen o Meyrink.
Ármin Vámbéry (1832-1913)

La novela está llena de simbolismo. Tiene múltiples lecturas, a todos los niveles, que es lo que la ha hecho grande. A destacar, la confrontación (hablamos de finales del s. XIX) entre nuevas tecnologías y tradición, magia y ciencia, razón e imaginación.
Habría que hacer un aparte respecto a Vámbéry, un orientalista húngaro al que Stoker habría acudido en multitud de ocasiones, durante la redacción de la obra, para asesorarse sobre temas orientales, magia, etc, que después incluiría en su relato. Es toda una tentación ver en él alguna especie de conexión secreta, de enigma, como si en su figura pudiera atisbarse el origen de todo desde la sombra. Según se cuenta, podría haber sido el primero en hablar a Stoker de Vlad El Empalador (y eso ya sería mucho).
Y es que Drácula es un producto genuino de su época, un siglo fascinante; un heredero, por ejemplo (aunque de forma genuina) de Verne, y que recoge la cultura gótica y romántica que tanto nos apasiona, nos aterra, nos fascina… Hasta dejarnos exhaustos, sin apenas sangre.

jueves, 18 de octubre de 2012

EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES GÓTICAS Y SU GEOMETRÍA DIVINA.



Dejemos a un lado la mística. Apartemos lo oculto. La sabiduría que encierra cada piedra, cada forma, cada medida, y que quiso mostrarnos Fulcanelli en su inmortal tratado. Vayámonos a alguna de esas capitales de provincia de cualquier punto de la vieja Europa; marchémonos al centro, a los barrios medievales, e introduzcámonos, con la humildad de un peregrino, en su catedral.

No hará falta pensar nada. Ni estrujarse los sesos, ni recordar nada de historia, de arte o de arquitectura. Nada más poner el primer pie en su interior, nos habremos transformado. Dejaremos de ser un simple mortal bípedo, con inquietudes y angustias y miedos, y pasaremos a ser algo insignificante, un minúsculo individuo enfrentado a la inmensidad del Universo.
El interior de la catedral es, en su nave central, una representación del Cosmos. La oscuridad, el vacío; las estrellas y las galaxias son la luz penetrando por los vitriales. El silencio, los ecos de conversaciones próximas, de pasos que nos acompañan pero no vemos. De rezos. Miramos hacia arriba y sentimos vértigo. Miramos hacia el suelo, y hallamos algunas respuestas.
Pero pocas, si no somos iniciados. Algunos sólo podemos conformarnos con disfrutar de la belleza, de la poesía de las matemáticas. Las correlaciones, las longitudes perfectas, representaciones de números divinos, de geometrías que intentan hablarnos. Es necesario estudiar mucho, y dedicarles mucho tiempo. Algunos mueren en el intento.

Me gusta imaginar, cuando pienso en catedrales, qué es lo que podría sentir un hombre medieval al ver, de lejos, una catedral. Desde el campo, desde la naturaleza salvaje que lo rodeaba día a día, con sus hambrunas, sus miserias, sus brutalidades, aquellas torres puntiagudas, aquellas piedras labradas y plagadas de símbolos, debía ser una especie de refugio. Como dicen los expertos, un libro en el que leer, en el que reconfortarse. También en el que aprender que hay cielo, pero también infierno. Un monumento a la sabiduría, un best seller, en un tiempo en el que los libros eran propiedad de una minoría, encerrada en los monasterios.
Chartres, Burgos, Toledo, Amiens. La de Cuenca, que fue erigida siguiendo el modelo francés. Todas encierran sus misterios. Hay quien dice que la disposición de todas ellas, vista desde el cielo, conformaría un mapa de las constelaciones. No lo sé. Tampoco quién las diseñó, quién exactamente daba las instrucciones. Aquél era un mundo de anonimatos, sin figuras que destacaran, como el del Temple.

El caso es que todas ellas constituyen un legado maravilloso, casi inabarcable; un testimonio grandioso y complejo de la sabiduría del Medievo, que durante tanto tiempo fue silenciada a favor de otras épocas.  

miércoles, 17 de octubre de 2012

¿QUÉ ESTÁ PASANDO?




Extraterrestres, los hay de todo tipo. La historia de la Ufología nos ha dejado descripciones de contactos con seres altos, bajitos, peludos, imberbes, de grandes ojos, pequeñas cabezas, largas extremidades, piel translúcida, fantásticos súper poderes... La historia de la televisión y el cine también, aunque quizá, en su caso, de una manera un tanto interesada.

El caso es que es difícil creer en cualquiera de ellos. La mente humana, ante lo desconocido, reacciona tratando de asimilar en base a lo que ya sabe, y tiende a relacionar las nuevas experiencias adaptándolas a sus esquemas mentales. Mucho más ante un fenómeno desconocido, que aparece por sorpresa, y que –es mi opinión– no debe parecerse a nada de lo que se haya visto antes. (¿O sí?).
Por eso es posible que haya habido siempre tantos humanoides. Tantos platillos volantes. Por eso, quizá, también el cine –y aquéllos que “manejan sus hilos”– se han preocupado tanto, a lo largo de las últimas décadas, de que el fenómeno quede lo suficientemente ridiculizado ante la opinión pública, y no sea abordado desde un punto de vista serio, como una posibilidad más de las que nos brinda el conocimiento.
Algo hay, y lo saben.
Si no, desde luego, no habría cambiado tanto el discurso en los últimos tiempos. Hemos pasado de encubrirlo todo a través de apariciones y fenómenos religiosos, o de negar experiencias que después resultaban desclasificadas y expuestas –con algún que otro amaño, alguna que otra manipulación–, a ver señuelos por todas partes, informaciones “oficiales” cuya finalidad, de forma inequívoca, parece ser el prepararnos para algo que está a punto de pasar. Cabe destacar, como ejemplo, las declaraciones de gente como el Premio Nobel de Física Frank Wilczek, o las del físico y divulgador británico PaulDavies, que se suman a las vertidas no hace demasiado por el también divulgador Stephen Hawking.
Por no hablar del viaje a Marte, y de aquello que se nos ha contado por activa y por pasiva acerca de que podrían encontrarse, muy pronto, signos de vida de algún tipo en aquel planeta.
Estamos en un año muy significativo. Un año sagrado para los mayas, que tanto parecían saber de las estrellas. Sea casualidad o no, el caso es que la sensación de que algo se aproxima es muy intensa.

¿Veremos entonces resueltos los enigmas? ¿Sabremos entonces de dónde venimos, de dónde vienen tantas cosas que no comprendemos?
No parece que quienes mandan estén dispuestos todavía a decirnos la verdad. Mientras tanto, habremos de conformarnos con mirar hacia el cielo, algo que, de momento, nadie puede prohibirnos.

lunes, 15 de octubre de 2012

¿VIAJES EN EL TIEMPO? UNA POSIBILIDAD A MEDIAS




Hay una escena en Regreso al Futuro (la interesantísima y divertidísima comedia de ciencia ficción dirigida por Robert Zemekis en 1985), en la que Doc, el científico inventor de la máquina del tiempo, explica al protagonista, Marty –interpretado por Michael J. Fox–, cuál es el problema al que se enfrenta después de haber viajado al pasado. Según le muestra, ayudándose con un esquema, su presencia en el pasado compromete su futura existencia, después de haber hecho –por accidente– que sus padres no lleguen a conocerse.
La ciencia ficción, cada vez menos ficción.

Es lo que los científicos, en la actualidad, denominan paradojas.
Al parecer, estas paradojas echan por tierra cualquier posibilidad de viajar al pasado. Uno no puede coger un elemento del presente y llevarlo al pasado. El pasado es algo que existe en la actualidad, forma parte de lo que somos, y no puede modificarse más que en el presente. En resumen, que es totalmente imposible.
Otra cosa es el futuro.
Al parecer, la posibilidad que abre la ciencia a los viajes en el tiempo, a través de los denominados agujeros de gusano –atajos en el espacio tiempo, mínimos en tamaño, pero que están por todas partes– se limitaría, en todo caso, al futuro.  
Y la pregunta es la siguiente:
No podemos hacer realidad Regreso al Futuro, pero sí Terminator o 12 monos. Podemos trasladarnos a tiempos futuros para prevenir guerras, desastres y demás. Conseguir información relevante. Pero el viajero, el voluntario que se fuese cincuenta años hacia adelante –o cien, o mil–, ¿podría regresar de nuevo?
Tristemente, si aplicamos lo que nos dice la ciencia, no.
¿Las estaremos ignorando en su grito desesperado por ser comprendidas?

De modo que aquél sería sólo un testigo inútil. Un libro de historia vivo, cuya voz, probablemente, sería ignorada.
“Señores, vengo del pasado”.
Eso no impresiona.
Para eso están ya la historia, la arqueología. Los papiros, los restos óseos que desafían el paso del tiempo. Los grandes monumentos. Los grandes y extraños monumentos, como las pirámides, que desafían al presente con su enigmática grandiosidad.
¿Les estaremos ignorando en su grito desesperado por ser comprendidas?

sábado, 13 de octubre de 2012

CRISTÓBAL COLÓN, ¿TEMPLARIO?

¿Eran las cruces rojas de las carabelas de Colón un recuerdo del pasado templario del Almirante?


Los enigmas que rodean la figura de Cristóbal Colón son demasiados. Resulta curioso, tratándose de un personaje tan relevante para la Historia Universal. Casi nada sabemos de él antes del Descubrimiento. Antonio de la Riva, en el libro Las claves del enigma de Colón, intenta dar una explicación a todo esto.
Defiende que Colón fue un templario. Que ya sabía antes de embarcarse en Palos hacia dónde iba. Y no sólo eso, sino que, además, engañó a todos haciéndose el despistado, desde el principio hasta el final.
Según de la Riva, todos los que intentan asignar a Colón un origen europeo fallan en algo. Ni genovés, ni italiano, ni portugués ni mallorquín. Colón era americano, dice. Procedía de una colonia templaria en el nuevo mundo, que habría abandonado Europa a través del puerto de La Rochelle, en Francia, cuando todo el jaleo que acabó con la Orden. Allí se habrían establecido unos cuantos, mezclándose con las indígenas –ay, las indígenas–, durante varias generaciones.
Eso explicaría la forma extraña de hablar del almirante. Según las investigaciones, con un castellano propio del siglo XIV.  También sería prueba de ello el secretismo que rodeó su pasado, así como los conocimientos que tenía acerca del mar y la navegación y, sobre todo, de lo que había más allá de las Columnas de Hércules, y que él parecía tan seguro de conocer...
Además, están algunas declaraciones misteriosas de Colón, que han quedado registradas en las crónicas, como aquello de que no había sido el primer Almirante de su familia (de la Riva recuerda que el de Almirante era un título muy habitual entre los Templarios).
La teoría de Antonio de la Riva, además de interesante y documentada, enlaza muy bien con aquélla que defendió en su día el investigador y aventurero noruego Thor Heyerdahl, el mismo de la expedición Kon Tiki, y su idea de que los Polinesios provendrían de América del Sur, en especial de un grupo de incas enigmático (compuesto por gentes de piel blanca, largas barbas y un saber técnico superior), que aún hoy no ha quedado aclarado del todo.
Pero eso es otra historia, que desarrollaremos más adelante.
De momento, recordar sólo aquellas cruces rojas que portaron las carabelas en su velamen...

jueves, 11 de octubre de 2012

LOS MONSTRUOS DEL AMAZONAS


El Amazonas es un río inmenso. El más caudaloso del mundo, que recorre un continente entero –América del Sur–, desde la cordillera de los Andes hasta su desembocadura en el océano Atlántico. Cientos de afluentes, miles de kilómetros de ribera. Es normal que algún misterio se le escape a la ciencia en un territorio tan vasto.
El Amazonas esconde secretos inimaginables, que alimenta las más oscuras
y terroríficas leyendas
Sobre todo si se tiene en cuenta el carácter opaco de sus aguas. Turbias, de color chocolate, donde es imposible ver nada que desplace, sumergido, debajo del agua. Aunque esté a pocos centímetros y a punto de atacar. De día, pero sobre todo de noche, el Amazonas es un lugar inhóspito, lleno de peligros.
En algunas localidades ribereñas de Brasil, por la zona de Minas Gerais, han sido registrados ataques extraños, de difícil catalogación, que los lugareños atribuyen a monstruos legendarios. Hablan de seres anfibios, capaces de atacar en tierra y llevarse su presa -o huir, si no ha podido hacerse con ella-, hacia lo más profundo del río. Existen, incluso, testigos que muestran las señales en su cuerpo de furibundos ataques. Según sus tradiciones se trataría de seres peludos, que caminan a dos patas, y que no se dejar ver, ni oír, hasta que prácticamente están encima de sus presas.
¿Podrían ser las anacondas las protagonistas de los relatos de quienes
viven en las orillas del río?

Para los científicos –biólogos, zoólogos y demás–, podría tratarse "simplemente" de anacondas. Las anacondas pueden llegar a medir hasta veinte metros. Pueden devorar un carnero, una vaca, e incluso a un hombre. También se habla de nutrias gigantes del Amazonas, mayores que sus parientes europeas, en teoría pacíficas, pero que no dudarían en atacar a un pescador, a un agricultor o a lo que fuera, si sintieran hambre, o consideraran amenazado su territorio. Podría ser, en realidad, cualquier cosa. El río –el inmenso río–, es hábitat de todo tipo de depredadores temibles – como el yacaré negro, el pez tigre, la piraña–, sin olvidar al tiburón -sí, el tiburón- el rey de la jungla de agua salada, cuya presencia también ha sido registrada en agua dulce, a miles de kilómetros de la costa.
Sea cual sea el carácter del monstruo –o monstruos–, haya sido o no catalogado por la comunidad científica, el caso es que no parece que las maravillas de la selva, la profunda selva Amazónica, esté dispuesta a dejar de asombrar, atemorizar, y hacer soñar a los buscadores de aventuras. 

Más sobre MISTERIOS DEL AMAZONAS:




miércoles, 10 de octubre de 2012

AHMADINEYAD Y EL PROYECTO HAARP




El proyecto HAARP (Proyecto de investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia) es un proyecto desarrollado por la Fuerza Aérea de EE.UU. para monitorear los efectos de las ondas radiales sobre la ionosfera. En teoría, de lo que se trataría es de controlar mejor lo que ocurre en la ionosfera, y así mejorar las telecomunicaciones y la detección, por ejemplo, de misiles, pero hay serias dudas planteadas por muchos (también por gente muy implicada en el proyecto) acerca de que lo que en realidad pretendería sería poder manipular el clima en el planeta tierra.
Hace unos meses hubo ciertos rumores sobre la implicación del proyecto en los grandes terremotos que han venido produciéndose en los últimos tiempos, como el de Chile.
Aunque estas acusaciones han sido rechazadas por científicos (que alegan, por ejemplo, que las antenas situadas en Gakona, Alaska, sede del proyecto, no tienen capacidad para manipular el clima), siguen siendo tema de controversia. La última razón, las polémicas declaraciones del presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, acusando a los gobiernos europeos de estar dejando a su país más seco que la mojama.
Antes de echarnos a reír, y de tirar de tópicos al estilo “¿Irán? ¿No es eso un desierto?”, pensemos que aquel es un país inmenso, de gran variedad meteorológica. Otra cosa es la credibilidad de su presidente, de su gobierno, y del fundamentalismo en general. Que hay cosas que se hacen en el cielo, con aviones y demás, es algo probado. China lo ha practicado en los JJ.OO. Otra cosa es ya la conspiración. ¿O no?
Sí, ya sabemos que Irán anda a palos con la comunidad internacional por su programa nuclear. Y que busca pelea a la mínima. Es el eje del mal, el malo maluto del planeta. Un malo de chaqueta de pana que parece siempre a punto de sacar la navaja. Pero, ¿y si no miente? ¿Y si de verdad hay tecnología para cambiar la meteorología? ¿Y si en lugar de bombas, de misiles y balazos, se puede acabar con un país a base de dejarlo sin lluvia?
La respuesta podría estar en la sequía que, al parecer, vive EE.UU. en la actualidad, en muchas zonas dentro de sus fronteras. O en las catástrofes tipo huracanes, tornados y tormentas tropicales que azotan sus costas. ¿Y qué le importa a los poderosos el destino de sus ciudadanos?, podrían decirnos los conspiranoicos.
Contra ese tipo de razonamientos, desde luego, nada podemos hacer. Siempre tendrán una respuesta. 

martes, 9 de octubre de 2012

EL MISTERIO DE PASCUA


Comenzamos este blog en la Isla de Pascua. Una isla del Pacífico, lo suficientemente lejana de cualquier lugar como para albergar cientos de misterios. El más conocido, el de sus Moai, sus estatuas gigantescas. Desde su colonización europea, los investigadores han intentado dar multitud de explicaciones a estas construcciones sin que ninguna, hasta la fecha, haya podido contentar a todos.

En su número de agosto, la edición española de la revista National Geographic publica la última teoría. Según se cuenta, los habitantes de la isla habrían desplazado a los gigantes de piedra desde la cantera original hasta su ubicación final, de pie –y no tumbados, sobre troncos, como se especulaba hasta la fecha-, ayudados de cuerdas y aprovechando el diseño del moai, pensado para poder mantenerse en equilibrio a la vez que se le arrastra cuesta abajo.
Se trata de una teoría original, que ha podido ser demostrada de manera experimental, y que deja para la posteridad bonitas ilustraciones que permiten imaginar a cientos de hombres en torno a la gigantesca piedra luchando, ayudados de cuerdas, de fuerza, de cánticos y demás –a la manera de los egipcios con las pirámides-, pero que sigue sin responder a cientos de preguntas.
Entre ellas, por qué precisamente allí, en el último rincón de la Polinesia, los hombres quisieron erguir aquellos dioses. Por qué aquel ansia de megalomanía, que según nos cuentan, llevó a la total deforestación de la isla, y más tarde a la merma de la población, por hambre y demás. ¿Fue puro egoísmo, una metáfora que nos cede la historia para aprender a cuidar el planeta? ¿O fue algo más? ¿Qué se niegan a contarnos aquellas bocas cerradas de los moais, aquellos rostros imperturbables de nariz afilada y ceño fruncido?
Habrá que esperar nuevas teorías, o dejar que vuele, como ha ocurrido en otras ocasiones, la imaginación.

LA ATLÁNTIDA ANDALUZA

Por Gonzalo del Río
Platón lleva media historia de la humanidad volviendo locos a historiadores e investigadores aficionados con su mención, casi de pasada, a una Atlántida situada más allá de las columnas de Hércules. Según se extrae de sus afirmaciones, se trataría de una civilización perdida, avanzada, con una tecnología superior a la de su época.
Muchos han querido ver en Tartessos, y en los primeros pobladores del Occidente andaluz, a los protagonistas de aquellas leyendas. Según las últimas investigaciones, parece ser que todavía podría quedar restos de aquello en la costa de Doñana, no se sabe muy bien si entre las dunas, la vegetación del parque y las orillas del Guadalquivir, o si mar adentro, ocultos bajo las aguas. Por lo que parece, el nivel del océano podría haber crecido desde entonces, ocultando restos de aquellas ciudades y demás. Hay quien asegura –buceadores que han podido verlo con sus propios ojos–, que allí, en las costas de Cadiz y Huelva, hay, además de pecios hundido –más recientes en el tiempo– estructuras aparentemente geológicas que, en realidad, serían ruinas de edificios, recintos públicos, calles, monumentos, y todo lo que viene a determinar la existencia de una civilización antigua.
De demostrarse esto, estaríamos ante un hito arqueológico, comparable al descubrimiento, a mediados del siglo XX, de las ruinas de Troya. Manuel Pimentel, ex político y divulgador, ha dicho recientemente que, de haber sospechas de la existencia de la Atlántida en otro país, las autoridades y la sociedad entera del mismo se volcarían inmediatamente en el tema, dándole la relevancia y la importancia que merece. Esto, lamentablemente, no ocurre aquí. En España, el asunto pasa totalmente desapercibido. Cosas de locos, de conspiranoicos y gente rara y aburrida. El caso es que parece haber pruebas.
Al menos, de que el espíritu de los Atlantes, a los que Platón otorgaba muy buena consideración, no ha prosperado en sus presuntos descendientes.

EL ESCORIAL, MONUMENTO AL MISTERIO


Felipe II era un tipo excéntrico. De haber sido otro cualquiera, habría acabado en la hoguera, pero oye: ser el dueño del mundo es lo que tiene.
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Aficionado a todo lo oscuro y misterioso, admirador de El Bosco, cercano a la nigromancia, a la alquimia, a todo aquello contra lo que luchaba con todas sus fuerzas y apoyaba en la Inquisición, decidió plasmar su personalidad ambigua y un tanto esquizofrénica en El Escorial, un monasterio a su imagen y semejanza.
El lugar, dedicado a San Lorenzo –la planta del edificio está diseñada para parecer una parrilla, instrumento que sirvió de tormento al santo–, está ubicado en un lugar que, a decir de las leyendas y los investigadores de lo oculto, ha tenido desde siempre conexión con lo misterioso. Para empezar, está rodeado de bosques llenos de leyendas. Rumores sobre aparecidos, enclaves megalíticos que según algunos servían para la realización de conjuros y ritos y demás al pueblo vetón, que tenía marcada su frontera norte allí. Se cuenta que el monasterio podría estar construido sobre la entrada a un mundo mágico. Junto a él, la llamada “Silla de Felipe II”, una misteriosa, también, formación geológica.
Con todo eso, el rey en cuyo reino jamás se ponía el Sol tuvo que estar ensalivando abundantemente. Dicen que, durante las obras, se veía acosado por un perro negro que no le dejaba en paz. También que tenía prisa por verlo acabado, y se mostraba duro e intransigente con los obreros, los encargados, y todos los que trabajaban con él.
En el edificio acumuló parte de sus rarezas. Libros prohibidos por la Inquisición, objetos para la práctica de la alquimia. El simbolismo, según los que saben, es enorme. Nada en el monasterio es casual. Hasta las esferas que coronan las torres, se dice, tienen en su interior reliquias, introducidas allí para alejar al maligno, la gran obsesión de Felipe II.
Todo esto y mucho más conforma un conjunto de leyendas que le dan un encanto añadido al monumento, consecuencia de una época en que la ciencia y la superstición todavía iban muy unidas, igual que la religión, y la herejía, la ignorancia y el saber. 

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