miércoles, 19 de diciembre de 2012

ARQUEOASTRONOMÍA




El cielo ha cambiado mucho en las últimas décadas, sobre todo en las grandes ciudades y sus alrededores. Al llegar la noche, y mirar hacia arriba, uno puede considerarse afortunado si, en un día despejado, consigue ver cinco o seis estrellas, e incluso alguna constelación.
Los antiguos quisieron reflejar en la Tierra lo que veían al mirar hacia arriba.

Son contrapartidas del mundo moderno, que confirman algunos de los temores que suscitó la aparición de la luz eléctrica allá por el s. XIX.
Pero en la antigüedad, desde el inicio de los tiempos, el cielo nocturno era un espectáculo capaz de sobrecoger a cualquiera. Las estrellas conformaban un tapiz inmenso, que abría la imaginación a todo tipo de interpretaciones. Dioses, mitologías, posibilidad de adivinar el futuro. Aquel telón mágico, aparentemente inmóvil, no permanecía quieto un segundo. Además de los cometas, existía un movimiento casi imperceptible y muy lento, que hizo sospechar a algunos que la tierra que pisaban podía ser también, como los astros, un objeto redondo.
La arqueoastronomía se dedica a investigar en torno a los conocimientos astronómicos de los antiguos, ya sea a través de las herramientas que utilizaban, a través de lo que al respecto dejaron escrito, o a través de otro tipo de elementos –como monumentos, o leyendas– que se sospecha que fueron influidos por este tipo de conocimientos.
Se ha hablado mucho del carácter astronómico de yacimientos megalíticos como Stonehenge. De esas piedras verticales, alineadas en círculos, que para algunos expertos constituye una especie de calendario. También de las pirámides, y otros monumentos del antiguo Egipto, supuestamente alineadas de forma coincidente con la constelación de Orión (ya hablaremos en su día de Graham Hancock y sus teorías, sus aciertos y sus errores).
Mucho se está hablando de los mayas en los últimos tiempos. Fueron grandes astrónomos, como los chinos o los árabes, que supieron dar una aplicación práctica a sus investigaciones, y convirtieron las constelaciones en un mapa para navegar por el mar.
Hay muchas leyendas en torno a estos asuntos, y quizá una de las más interesantes sea la de los dogones, ese pueblo africano de origen incierto cuyos conocimientos astronómicos han sorprendido enormemente a los investigadores, que no se explican cómo podía saber tanto del Cielo un pueblo en apariencia tan atrasado tecnológicamente.
Los más imaginativos hablan de visitantes de otras galaxias. De dioses que en realidad serían viajeros espaciales que, como los conquistadores españoles en América, habrían traído una nueva civilización al planeta.
Sea como fuere, un cielo nocturno debidamente alumbrado es capaz de convencer a cualquiera, incluso al más escéptico, de que la naturaleza por sí misma es el mayor de los misterios.

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