jueves, 18 de octubre de 2012

EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES GÓTICAS Y SU GEOMETRÍA DIVINA.



Dejemos a un lado la mística. Apartemos lo oculto. La sabiduría que encierra cada piedra, cada forma, cada medida, y que quiso mostrarnos Fulcanelli en su inmortal tratado. Vayámonos a alguna de esas capitales de provincia de cualquier punto de la vieja Europa; marchémonos al centro, a los barrios medievales, e introduzcámonos, con la humildad de un peregrino, en su catedral.

No hará falta pensar nada. Ni estrujarse los sesos, ni recordar nada de historia, de arte o de arquitectura. Nada más poner el primer pie en su interior, nos habremos transformado. Dejaremos de ser un simple mortal bípedo, con inquietudes y angustias y miedos, y pasaremos a ser algo insignificante, un minúsculo individuo enfrentado a la inmensidad del Universo.
El interior de la catedral es, en su nave central, una representación del Cosmos. La oscuridad, el vacío; las estrellas y las galaxias son la luz penetrando por los vitriales. El silencio, los ecos de conversaciones próximas, de pasos que nos acompañan pero no vemos. De rezos. Miramos hacia arriba y sentimos vértigo. Miramos hacia el suelo, y hallamos algunas respuestas.
Pero pocas, si no somos iniciados. Algunos sólo podemos conformarnos con disfrutar de la belleza, de la poesía de las matemáticas. Las correlaciones, las longitudes perfectas, representaciones de números divinos, de geometrías que intentan hablarnos. Es necesario estudiar mucho, y dedicarles mucho tiempo. Algunos mueren en el intento.

Me gusta imaginar, cuando pienso en catedrales, qué es lo que podría sentir un hombre medieval al ver, de lejos, una catedral. Desde el campo, desde la naturaleza salvaje que lo rodeaba día a día, con sus hambrunas, sus miserias, sus brutalidades, aquellas torres puntiagudas, aquellas piedras labradas y plagadas de símbolos, debía ser una especie de refugio. Como dicen los expertos, un libro en el que leer, en el que reconfortarse. También en el que aprender que hay cielo, pero también infierno. Un monumento a la sabiduría, un best seller, en un tiempo en el que los libros eran propiedad de una minoría, encerrada en los monasterios.
Chartres, Burgos, Toledo, Amiens. La de Cuenca, que fue erigida siguiendo el modelo francés. Todas encierran sus misterios. Hay quien dice que la disposición de todas ellas, vista desde el cielo, conformaría un mapa de las constelaciones. No lo sé. Tampoco quién las diseñó, quién exactamente daba las instrucciones. Aquél era un mundo de anonimatos, sin figuras que destacaran, como el del Temple.

El caso es que todas ellas constituyen un legado maravilloso, casi inabarcable; un testimonio grandioso y complejo de la sabiduría del Medievo, que durante tanto tiempo fue silenciada a favor de otras épocas.  

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